Y nuestras manos —en constante movimiento, moldeando, trabajando, reconfortando— también son espejos de lo invisible. Transportan energía. Transportan memoria. Transportan guía.
¿Alguna vez has escuchado realmente tus manos?
No los juzgaste ni los mediste, ¿solo los notaste? Las líneas, las curvas, cómo se mueven cuando estás en paz o con dolor. Cómo te reconfortan sin palabras.
Un dedo anular más largo que el índice puede ser uno de esos susurros. Una señal de resiliencia. Un suave recordatorio de que has vivido muchas vidas y que elegiste regresar no por obligación, sino por amor.
Porque el alma recuerda.
Recuerda las promesas que hizo.
Recuerda las que no pudo dejar atrás.
Recuerda la luz que aún lleva consigo.

Una vida llena de profundidad, gracia e hilos invisibles.
Las personas con este rasgo suelen llevar vidas llenas de profundidad emocional. No siempre estridentes ni dramáticas, sino profundas. Encrucijadas silenciosas. Intuición que surge sin razón.
Son quienes animan a los demás, incluso cuando ellos mismos están deprimidos. Son quienes dan amor con calma, pasión, sin expectativas. Son quienes, de alguna manera, encuentran fuerza no solo en su propio camino, sino también en quienes los rodean.
Y justo cuando parece que lo han dado todo, llega algo: un mensaje, un momento, un milagro. Como si el universo mismo recordara las promesas que hicieron y les ayudara con ternura a cumplirlas.
Son vidas tejidas a partir de hilos invisibles, a través del tiempo, el espacio y las vidas.
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