Me quedé en silencio un buen rato. No esperaba que mi padre fuera tan meticuloso y ocultara sus profundas emociones. Resultó que no temía que mi tía compitiera con nosotros por la propiedad, sino que, al contrario, temía que nosotros mismos hiciéramos daño a la mujer que nos había cuidado en silencio durante tantos años.

Fui a casa de mi tía. La casa nueva donde vivía era pequeña, pero el jardín estaba limpio y soleado. La tía abrió la puerta, aún con su amable sonrisa de siempre, aún con su esbelta figura.

Después de hablar con mi tía, entendí que mi padre tenía razón al pensar eso, porque si mis dos hermanos realmente se enteraban, ella definitivamente no podría estar tranquila.