En un pequeño barrio de Madrid, España, Laura, una adolescente de dieciséis años, caminaba junto a su padre, Ernesto, hacia la clínica pediátrica local. Desde el primer momento, la doctora Valeria Gómez notó algo extraño: Laura evitaba mirar a su alrededor, los hombros encorvados y las manos entrelazadas en su regazo, mientras que Ernesto parecía vigilante y tenso, como si temiera que cualquier cosa pudiera salirse de control.

—Buenas tardes, ¿qué les trae por aquí? —preguntó Valeria con una sonrisa profesional.

Ernesto respondió antes de que Laura pudiera hablar:
—Dolores de estómago. Desde hace días.

Laura permaneció en silencio, y cada intento de Valeria de preguntarle directamente era interrumpido por su padre, quien respondía por ella o le colocaba una mano en el hombro de forma intimidante. La doctora decidió realizar una ecografía abdominal para descartar complicaciones.

—Solo es un procedimiento rutinario —explicó Valeria—, necesito concentrarme un momento.

Cuando la puerta se cerró, Laura suspiró con alivio, aunque sus ojos reflejaban miedo y lágrimas contenidas. La ecografía reveló algo inesperado: un saco gestacional. Laura estaba embarazada, probablemente de unas doce semanas. Su respiración se aceleró y la doctora se sentó a su lado con voz suave:

—Laura, estás a salvo aquí. Necesito que me digas si tú querías este embarazo, si estás bien con lo que está pasando.

Laura rompió en llanto, cubriéndose la boca:
—No… no sabía… y no puedo decir nada… él… —temblaba— no puedo.

El corazón de Valeria se aceleró. Todo apuntaba a un secreto oscuro. Antes de poder profundizar, Ernesto irrumpió en la sala con impaciencia: