El millonario y la mujer de la limpieza

Por primera vez en años, Ethan no habló como jefe, ni como millonario. Habló como un padre.
—Anoche… mis hijos estaban felices contigo. No los veía así desde que su madre murió.

Lucía bajó la mirada, sin saber qué decir.
Ethan respiró hondo.
—Si tú quieres, quiero que te quedes. No solo como empleada. Como alguien de confianza. Como familia.

Las lágrimas le llenaron los ojos a Lucía. Asintió en silencio.

Desde entonces, cada noche en la mansión Whitmore ya no reinó el silencio frío, sino el sonido cálido de risas, canciones de cuna y pequeñas manos aferradas a nuevas esperanzas.

Y Ethan comprendió, al fin, que la riqueza más grande que poseía no estaba en sus cuentas… sino en el corazón de quienes amaban sin pedir nada a cambio.

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