En nuestra noche de bodas, mi esposo desapareció repentinamente durante tres horas. Al descubrir la verdad, me marché en silencio, poniendo fin a nuestro matrimonio.

“Quizás me equivoqué al pensar que eras un refugio seguro. Pero incluso en la primera noche de nuestro matrimonio, decidiste darnos la espalda. Así que no tenemos motivos para continuar.”

Hice las maletas y me fui del hotel.

Dejando todo atrás: flores, velas, música y al hombre que aún no se había convertido en mi apoyo.

Salí del hotel en medio de una brillante mañana neoyorquina.
La gente me miró —la novia con el vestido blanco manchado de lágrimas— pero no sentí vergüenza.

Solo sentí alivio.

La boda duró solo un día.

Pero sabía que había hecho lo correcto: conservar mi autoestima y la oportunidad de encontrar la verdadera felicidad.

La noche de bodas, que se creía que sería el comienzo, resultó ser el final.

Pero a veces, hay que atreverse a acabar con una ilusión para poder emprender un verdadero viaje del corazón.

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