Mejor estar fuera de radar por ahora. Primero tenemos que entender bien qué está pasando antes de hablar con él. Estuve de acuerdo, aunque una parte de mí deseaba escuchar su voz, preguntarle directamente, “¿Por qué? ¿Por qué lo hiciste?” Pero Pilar tenía razón, primero había que entender la situación. Decidimos que me quedaría con ella unos días. Pilar vivía sola.
Trabajaba desde casa como diseñadora de interiores, así que mi presencia no supondría ningún problema. Después del desayuno, que ninguna de las dos pudo terminar, me acosté en la habitación de invitados. El cansancio y el estrés me vencieron y caí en un sueño pesado e intranquilo. Me despertó Pilar sacudiéndome del hombro.
Elena, despierta. Hay noticias. Me incorporé en la cama, aún medio dormida. Afuera ya era de noche. ¿Qué hora es? Casi las 8 de la noche. Dormiste todo el día. Pero eso no importa. Enciende tu teléfono. Tomé el móvil que Pilar me tendía y lo encendí.
De inmediato comenzaron a llegar notificaciones de llamadas perdidas y mensajes. La mayoría eran de Miguel, algunos de Antonio, uno de Carmen. Abrí el mensaje de mi hija. Mamá, ¿dónde estás? Papá no logra comunicarse contigo. Dice que pasó algo con la tía Lucía. Llámame en cuanto puedas. Sentí un escalofrío. Pilar, ¿qué pasó con Lucía? No lo sé con certeza.
Encendí tu móvil hace una hora, vi todos esos mensajes y decidí buscar noticias y encontré esto. Me tendió su tablet con la página de un sitio de noticias local. El titular decía, hermana de conocido empresario en estado crítico tras envenenamiento. Empecé a leer el artículo.
Decía que Lucía Martínez, hermana del conocido empresario y dueño de una cadena de restaurantes Miguel Martínez, estaba en cuidados intensivos tras haber sido envenenada durante una cena familiar. Su estado era crítico. La policía había abierto una investigación considerando la posibilidad de un envenenamiento intencional. “Dios mío”, susurré. “Está en estado crítico.” Y sí, ella. No pude terminar la frase.
“¿Qué he hecho, Pilar? Tú no querías hacerle daño, dijo Pilar con firmeza. Te estabas defendiendo. Si alguien tiene la culpa, es Miguel que echó algo en tu copa. Y si me equivoqué, ¿y si entendí mal? ¿Y si era algo inofensivo, unas vitaminas o un medicamento? Y yo pensé que era. Me callé. Sonaba ridículo hasta para mí. No, eso no tiene sentido.
Nadie echa vitaminas a escondidas en la copa de otro. Exacto, asintió Pilar. Pero la gran pregunta era, ¿qué hacer ahora? ¿Quedarme aquí? ¿Ir al hospital? Llamar a Miguel. Me quedé pensando. Tengo que saber cómo está Lucía y tengo que confesar. No puedo vivir con esto. Si le pasa algo, nunca me lo perdonaré. Espera, me detuvo Pilar. No te precipites.
Primero hay que saber qué había realmente en esa copa. Y si era veneno, podrías ser tú la siguiente. Pero, ¿cómo vamos a saberlo? Tengo un amigo en la policía, un antiguo compañero del colegio. Puedo llamarlo y pedirle que investigue el caso de forma no oficial. Claro. ¿Crees que aceptará? Una vez le hice un gran favor. Creo que no me lo negará.
Pilar tomó su teléfono y salió de la habitación. Yo me quedé sentada en la cama mirando sin ver la pared frente a mí. La cabeza me daba vueltas. ¿Qué debía hacer? ¿Cuál era la decisión correcta? 10 minutos después, Pilar regresó. Me llamará en cuanto sepa algo, pero puede tardar. Gracias. Le apreté la mano. Eres una verdadera amiga. No sé qué haría sin ti.
Aquí estoy para lo que necesites. Me sonrió. Ahora pensemos qué más podemos hacer. Tengo que llamar a Carmen. Dije. Está preocupada. Pilar asintió. Sí, pero con cuidado. No le digas dónde estás ni lo que pasó. Dile que tuviste que salir por trabajo o que te olvidaste el móvil en casa. Algo así. Marqué el número de mi hija.
Carmen contestó al instante como si hubiera estado con el teléfono en la mano esperándolo. Mamá, por fin. ¿Dónde estás? ¿Por qué no contestas? Papá está desesperado. Perdona, cariño, dije intentando que mi voz sonara tranquila. Se me descargó el móvil y dejé el cargador en casa. Estoy con una amiga. Necesitaba despejarme un poco.
¿Qué amiga? ¿Por qué no se lo dijiste a papá? ¿Sabes lo que pasó con la tía Lucía? Sí, lo escuché. Es horrible. ¿Cómo está? sigue inconsciente. Los médicos dicen que la envenenaron con una sustancia muy potente. Están haciendo todo lo posible, pero su voz se quebró. Mamá, es muy fuerte. ¿Quién podría hacerle algo así? No lo sé, cielo. La policía lo averiguará.
Y papá no se ha separado de la tía Lucía. La abuela también está en el hospital. Todos están esperando a que despierte. Papá te ha llamado muchas veces. Está muy preocupado. Dile que estoy bien. Solo necesitaba estar sola un rato. Después de lo del restaurante me quedé en Soc. Vale, se lo diré. Pero, ¿vas a volver pronto a casa? Pronto mentí. Solo necesito un poco de tiempo.
Bueno, dijo Carmen y noté la duda en su voz. Pero llama a papá. Sí, está realmente angustiado. Lo haré. Te quiero, cariño. Y yo a ti, mamá. Colgué la llamada y miré a Pilar. No me creyó y no la culpo. Sonaba poco convincente, incluso para mí. Lo importante es que ganaste algo de tiempo”, respondió Pilar. “Ahora pensemos qué hacer.
” Volvimos a sentarnos en la cocina. Preparamos té, aunque ninguna tenía hambre ni sed. Solo necesitábamos tener algo entre las manos. “Si Miguel realmente intentó envenenarte”, dijo Pilar reflexiva, “debía tener un motivo fuerte. Dinero, otra mujer o algo más que no sabemos. Lo he estado pensando todo el día”, le respondí.
Y no encuentro una explicación. Sí, nuestro matrimonio no era perfecto en los últimos años. Sí, nos distanciamos, pero de ahí a esto. Y si tiene que ver con su negocio propuso Pilar. Y si tiene problemas que tú desconoces, deudas, amenazas, algo ilegal. Me quedé pensativa. Miguel siempre fue ambicioso.
Su negocio creció rápido, especialmente al principio. Nunca me cuestioné cómo logró crecer tan deprisa. Pensaba que era por talento y suerte. Y si había algo más detrás. No lo sé. Respondí con sinceridad. Nunca me contó los detalles. Decía que no quería preocuparme, que esas eran cosas. de hombres. Y tu suegro estaba involucrado en el negocio de Miguel. Antes sí. Le ayudó a empezar.
Le prestó dinero para abrir su primer restaurante, pero cuando el negocio despegó, Miguel le compró su parte. Ahora está retirado. Al menos oficialmente y no oficialmente. No lo sé. A veces se encerraban en el despacho y hablaban durante horas. Nunca pregunté de qué. ¿Y por qué te advirtió? ¿Por qué te dijo que salieras de casa? Eso es lo más raro de todo.
Nunca fuimos especialmente cercanos. Siempre fue educado conmigo, a diferencia de mi suegra o Lucía, pero nada más. ¿Por qué ahora decidió protegerme? Quizás sabe algo que tú no puede ser. Pero, ¿qué? ¿Y por qué no puede decirmelo directamente? Nuestro diálogo se interrumpió por el sonido del móvil de Pilar. Miró la pantalla.
Es Marco, mi contacto en la policía. Voy a contestar. Salió de la cocina dejándome sola con mis pensamientos. Pensé en Miguel, en como nos conocimos, en cómo nos enamoramos, en lo feliz que fui durante los primeros años de matrimonio. ¿En qué momento todo se torció? ¿Cuándo pasó de ser un esposo cariñoso al hombre que podía echar algo en mi copa? Pilar regresó unos minutos después y su expresión me dijo que las noticias no eran buenas.
¿Qué pasa?, pregunté sintiendo que el corazón se me aceleraba. encontraron un tranquilizante muy potente en la sangre de Lucía. En una dosis muy alta, combinado con alcohol, podría haber sido mortal. Si no la hubieran atendido tan rápido, habría muerto. Sentí como se me helaba la sangre. Entonces, ¿miguel realmente quería matarme? Parece que sí, respondió Pilar en voz baja.
Marco dijo que la policía ya maneja la hipótesis de envenenamiento premeditado. Están entrevistando a todos los que estaban en el restaurante. Camareros, clientes, buscan testigos. También están revisando las grabaciones de las cámaras de seguridad. Las cámaras, susurré. Si ven que cambié las copas, sí, eso es un problema, pero por ahora, por lo que Marco entiende, no tienen a un sospechoso claro. Están revisando a todos, incluyendo a Miguel y a ti. A mí.
Sí, estabas allí. Tuviste acceso a la copa de Lucía y siendo sinceras tenías motivos para no llevarte bien con ella. Negué con la cabeza. Pero yo nunca jamás haría algo así. No por mi cuenta. Lo sé, pero la policía no lo sabe. Tienen que considerar todas las posibilidades. Me llevé las manos a la cabeza.
¿Qué hago, Pilar? Si encuentran pruebas de que cambié las copas, me van a arrestar. Pero si digo que vi a Miguel echando algo en la mía y por eso las cambié, nadie me va a creer. No tengo pruebas. ¿Hay algo más? Dijo Pilar con un tono aún más serio. Marco dijo que tu marido ha estado muy pendiente de saber si fuiste a la policía.
ha ido varias veces a la comisaría preguntando si alguien te ha visto. Dice que está muy preocupado porque desapareciste después del incidente con su hermana. “Me está buscando”, dije. No como pregunta, sino como certeza. Sí, y por lo que parece con mucha insistencia.
Marco comentó que parece más preocupado por saber dónde estás y que podrías haber contado a la policía que por tu bienestar. Nos quedamos en silencio, asimilando toda la información. Sentí un escalofrío recorrerme la espalda. Miguel me estaba buscando y no era por preocupación. Temía que yo contara algo a la policía. Marco también dijo que la policía ha solicitado las grabaciones de las cámaras del restaurante. Continuó Pilar.
Las revisarán pronto. Si en ellas se ve que cambiaste las copas, entonces estaré en serios problemas. Completé. Lo entiendo. Pero, ¿qué se supone que debo hacer? Presentarme en la policía. Decir que vi a Miguel echar algo en mi copa y por eso la cambié. Sin pruebas. Sonará excusa desesperada para protegerme.
¿Y tu suegro? preguntó Pilar de repente. Te advirtió, “¿Y si él sabe algo? ¿Y si pudiera respaldar lo que dices?” Me quedé pensativa. Tal vez, pero no sé si puedo confiar en él. Y si es una trampa. Y si me avisó por órdenes de Miguel para saber a dónde iría. Entonces, ¿para qué decirte que te fueras? Si quisieran encontrarte, habría sido más fácil que te quedaras en casa.
Tienes razón, asentí. Pero entonces, ¿por qué no fue claro? ¿Por qué tanta ambigüedad y advertencias? Puede que él mismo no lo sepa todo. O tal vez tiene miedo de hablar por teléfono. ¿Y si te vieras con él en persona en un lugar público? Negué con la cabeza, demasiado arriesgado.
Si Miguel me está buscando, puede estar vigilando también a su padre. No puedo arriesgarme. Entonces, ¿qué? ¿Vas a esconderte aquí hasta que todo pase? No. Respondí con firmeza. No puedo vivir así. huyendo con miedo. Tengo que enfrentar esto, saber qué está pasando. En ese momento sonó mi teléfono. En la pantalla apareció el nombre de mi suegro. Es él, le dije a Pilar.
Contesta me dijo tras una breve pausa. Pero ten cuidado. No digas dónde estás. Respiré hondo y respondí, “Hola, Elena. La voz de mi suegro sonaba tensa. ¿Estás a salvo? Sí, respondí. Estoy con unos amigos. Bien, escúchame. Necesito hablar contigo en persona. Es muy importante. No estoy segura de que sea buena idea. Contesté con cautela.
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