Lo amenazaban, exigían el pago inmediato. Al principio planeó saldar la deuda con el dinero de su seguro de vida. Cuando eso falló, pasó al plan B, usar a Carmen como reen para obligarla a usted a firmar la sesión de sus bienes. Pero los acreedores eran impacientes, querían el dinero ya y decidieron actuar por su cuenta. ¿Qué quiere decir? Lo miré tratando de entender.
Los hombres que tenían a Carmen no actuaban por órdenes de su esposo. Trabajaban para los acreedores. Secuestraron a Carmen no por instrucción de Miguel, sino para presionarlo. Iban a exigirle que pagara la deuda de inmediato bajo amenaza de hacerle daño a ella. Me quedé en Soc. Entonces, Miguel no ordenó que se llevaran a Carmen. No.
Por lo visto fue traicionado por sus propios socios. El tal Raúl, en quien confiaba para proteger a Carmen, en realidad trabajaba para los acreedores. Su tarea era vigilar a Miguel, informar sobre sus movimientos y cuando vio la oportunidad, se llevó a Carmen no para seguir el plan de su esposo, sino para chantajearlo. Entonces, Miguel no sabía dónde estaba Carmen.
Pensaba que seguía en el yate cuando en realidad en realidad la trajeron directamente a esa casa. El yate era solo una distracción. Intenté asimilarlo todo. Al final, Miguel había sido víctima de sus propios enredos. La gente con la que se había involucrado lo engañó. Pusaron a su hija en su contra. Qué ironía tan cruel.
¿Y qué pasará con los secuestradores? Con esa organización criminal. Estamos trabajando en ello. Tenemos testimonios. Tenemos pruebas, llegaremos hasta ellos. Es solo cuestión de tiempo. Mientras tanto, usted y Carmen tendrán protección. Por precaución. Asentí agradecida por su preocupación. Gracias por todo.
García esbozó una leve sonrisa. Solo cumplo con mi deber. Descanse. Ambas lo necesitan después de lo que han vivido. Se marchó dejándome a solas con mi hija. Observé su rostro tranquilo mientras dormía y pensé en todo lo que aún nos esperaba. La muerte de su padre, la traición, el derrumbe de todo en lo que ella creía.
No sería fácil para ninguna de las dos. Por la mañana, Carmen despertó. Estaba confundida. Miraba a su alrededor sin entender. Mamá, ¿qué pasa? ¿Por qué estoy en un hospital? Le tomé la mano con fuerza, preparándome para lo que venía. Cariño, ha pasado mucho. Te secuestraron, pero ya estás bien. Estás a salvo. Secuestrada.
¿Por quién? ¿Por qué? ¿Dónde está papá? ¿Sabe lo que me pasó? Respiré hondo. Había llegado el momento que más temía. Carmen, amor, tu padre ya no está. Ha muerto. Ella me miraba con los ojos muy abiertos, sin entender. ¿Qué? No, no puede ser verdad. Lo vi ayer. Me dijo que volvíamos a casa. Me dio una pastilla para el dolor de cabeza y me dormí. Y cuando desperté, estaba en la casa de Cuenca.
Lo sé, cariño. Tu padre estaba en una situación muy complicada. Tenía una deuda enorme con gente peligrosa y hizo muchas cosas malas. ¿Qué cosas? ¿De qué estás hablando? No sabía cuánto contarle en ese momento. Estaba lista para escuchar toda la verdad, que su padre intentó matarme, que la usó engañándola para que firmara un poder legal. Que estaba desesperado.
Carmen no veía salida y cuando la policía vino a arrestarlo, se quitó la vida. Carmen negó con la cabeza mientras las lágrimas empezaban a correr por sus mejillas. No, no lo creo. Papá no haría eso. No me dejaría. No nos dejaría. La abracé fuerte, sintiendo como su cuerpo temblaba con cadao. Lo siento tanto, mi amor.
Lo siento muchísimo. Lloró largo rato, incapaz de aceptar lo que había pasado. Yo la sostenía entre mis brazos como cuando era pequeña, acariciándole el cabello, susurrando palabras de consuelo que se sentían vacías, inútiles ante un dolor tan profundo. Finalmente, se separó un poco, secándose las lágrimas.
¿Y ahora qué? ¿Qué vamos a hacer? Vamos a vivir, le dije en voz baja. Día a día. Juntas saldremos adelante, Carmen. Te lo prometo. Ella asintió sin poder responder. En sus ojos vi mil preguntas, mil palabras no dichas. Pero ese no era el momento para explicaciones. Era el momento de silencio, de aceptación, de empezar a asumir la pérdida.
Carmen fue dada de alta por la tarde. No podíamos regresar a nuestra casa. La policía seguía investigando allí y los recuerdos eran demasiado pesados. Pilar nos ofreció quedarnos con ella y aceptamos. Los primeros días fueron los más duros. Carmen pasaba de lágrimas a un mutismo absoluto mirando al vacío. Apenas comía, dormía poco.
Yo me mantenía a su lado dándole todo mi apoyo, pero sabía que había cosas que debía procesar por sí sola. Al tercer día comenzó a hacer preguntas. ¿Por qué papá debía dinero? ¿A quién? ¿Por qué no pidió ayuda? ¿Qué pasó realmente esa noche en el restaurante? ¿Por qué envenenaron a la tía Lucía? Le respondí con sinceridad, pero sin entrar en detalles innecesarios.
Le conté que el negocio de su padre estaba en crisis, que se endeudó, que se involucró con gente peligrosa. Le dije que Lucía bebió por error algo que no era para ella, pero no le dije que ese algo era para mí, que su padre había planeado matarme. Ella no estaba lista para saberlo. Tal vez nunca lo estaría. Al quinto día llamó García.
me informó que el funeral de Miguel sería al día siguiente. Los familiares, incluido Antonio, se encargaban de la organización. Lucía seguía en el hospital, pero se recuperaba. Había testificado contra su hermano, confirmando que conocía sus planes hacia mí. ¿Vendrá al funeral?, preguntó García. No lo sé, respondí con sinceridad. No estoy segura de poder hacerlo ni de que sea lo correcto después de todo lo que pasó. Lo entiendo. Y Carmen quiere ir.
Necesita despedirse de su padre, fuera quien fuera. Nosotros nos encargaremos de la seguridad por si acaso. Gracias. A la mañana siguiente, Carmen y yo estábamos de pie frente al espejo en el recibidor de la casa de Pilar. Las dos vestidas de negro con los rostros pálidos y los ojos hinchados por el llanto. Al mirarla vi como había cambiado en solo unos días.
La joven despreocupada que era, se había transformado en una mujer que ya conocía la traición y la pérdida. ¿Estás segura de que quieres ir? Le pregunté. Ella asintió. Sí, tengo que hacerlo. A pesar de todo, era mi padre. Y lo quería. Lo sé, cariño. Yo también lo quise alguna vez.
Fuimos al cementerio donde se celebraría la ceremonia. El coche de García nos esperó en la entrada y un agente de paisano nos acompañó hasta el lugar del entierro. Había pocas personas, algunos colegas de Miguel, un par de parientes lejanos y Antonio, de pie en soledad junto a la tumba. Cuando nos acercamos, levantó la vista. Su rostro estaba demacrado, sus ojos apagados.
Asintió con la cabeza, pero no dijo nada. ¿Qué podía decirse en una situación así? La ceremonia fue breve y sobria, sin discursos largos ni recuerdos emotivos, solo una despedida de alguien que se fue demasiado pronto, de forma demasiado trágica, dejando demasiadas preguntas sin respuesta y mucho dolor. Después del entierro, Antonio se acercó a mí.
“¿Puedo hablar contigo a solas, Elena?”, preguntó en voz baja. Le hice un gesto a Carmen para que me esperara en el coche y me volví hacia él. Te escucho. Quería pedirte perdón”, dijo mirándome a los ojos. “Por todo lo que hizo mi hijo, por todo lo que has tenido que pasar. No sabía que llegaría tan lejos.
” Cuando me di cuenta, ya era demasiado tarde. “No fue culpa tuya”, le respondí. Intentaste advertirme. Me ayudaste demasiado tarde, demasiado poco. Debería haberlo detenido antes. Debería haber visto lo que estaba pasando con él. Siempre fue ambicioso, siempre quiso más, pero nunca imaginé que fuera capaz de algo así.
Nadie lo imaginó, ni siquiera yo, después de 20 años a su lado. Guardó silencio mirando la tumba recién cubierta. ¿Qué harás ahora? No lo sé. Reconstruir mi vida, ayudar a Carmen a superar esto un día a la vez. Si necesitas algo, lo que sea. Estoy aquí. Gracias. Lo valoro. Carmen también. Nos despedimos y regresé al coche donde mi hija me esperaba.
Me miró con una expresión interrogante, pero negué con la cabeza. Más tarde. No, aquí no entre tumbas y luto. Durante el camino de regreso, Carmen rompió el silencio. Mamá, lo que le pasó a la tía Lucía fue papá, ¿verdad? Él intentó envenenarla. Me quedé paralizada. ¿Cómo lo sabía? ¿Qué más sabía? ¿Por qué lo preguntas? No soy ciega, mamá, ni tonta.
Vi como echaba algo en una copa. Pensé que era una broma o algo sin importancia, pero luego la tía Lucía se puso mal y empecé a sospechar. Y cuando en el hospital ella dijo que papá quería matar a alguien y que tú habías cambiado las copas, todo encajó. No sabía qué responder. ¿Cómo explicarle que su padre intentó matarme? Es verdad, ¿no?, insistió Carmen.
Quería matarte. Y tú cambiaste las copas con Lucía sin saber lo que había dentro. Solo intentabas protegerte. Guardé silencio. Las lágrimas me nublaron la vista. Era el momento que más temía, el momento en que mi hija enfrentaría la verdad completa sobre su padre. Sí, dije al fin. Es verdad.
Lo vi echando algo en mi copa cuando creía que yo no miraba. Me asusté. No sabía qué hacer. Cambié las copas sin saber qué contenían. Fue un acto instintivo, no el más correcto, pero en ese momento solo quería sobrevivir. Carmen miraba en silencio por la ventana. Su rostro estaba inmóvil, pero vi como una lágrima le rodaba por la mejilla. ¿Por qué quería matarte? preguntó en voz baja.
Suspiré por dinero. Su negocio iba en picada. Estaba muy endeudado. Mi seguro, mi parte de la casa, todo iba a pasarte a ti. Y él tenía un poder notarial tuyo. ¿Te acuerdas? Ese que firmaste cuando te dijo que era para protegerte de impuestos. Con ese poder podía disponer de todo lo que tú heredaras de mí y me usó a mí para quedarse con tu dinero.
Sí, cariño, lo siento tanto. Ella se cubrió el rostro con las manos y sus hombros comenzaron a temblar de llanto. La abracé intentando consolarla, aunque sabía que no existían palabras que pudieran sanar una herida así. La traición de un padre, de alguien a quien había idolatrado toda su vida, era un golpe demasiado duro.
Lo siento tanto, Carmen. Me duele que tengas que pasar por esto. No te disculpes, dijo mientras se secaba las lágrimas. No es tu culpa. Fue él. Él lo arruinó todo, lo destruyó todo. Volvimos a casa de Pilar, agotadas, vacías por dentro. Pilar nos recibió con té caliente y su compasiva calma, sin hacer preguntas. Carmen se fue directo a su habitación. Dijo que quería estar sola.
No insistí. Sabía que necesitaba tiempo para procesarlo todo. ¿Cómo está?, preguntó Pilar cuando nos quedamos solas. destrozada, descubrió la verdad sobre su padre, que quiso matarme, que la utilizó en sus planes. Es demasiado para ella, es fuerte y te tiene a ti. Lo superarán juntas. Eso espero.
Pero, ¿cómo se vive con una verdad así? ¿Cómo puedo ayudarla día a día? Dijo Pilar. Así es como todos sobrevivimos a las tragedias. Un día a la vez. A la mañana siguiente, Carmen salió a desayunar. Tenía los ojos hinchados, pero el rostro decidido. “Quiero revocar el poder notarial”, dijo. Ese que firmé para papá.
No quiero que nadie tenga control sobre mi dinero o mis bienes más que yo. Por supuesto, asentí. Podemos hacerlo hoy mismo si quieres. Y otra cosa, quiero saberlo todo, toda la verdad, sin que me ocultes nada. Tengo derecho a saber. La miré tan joven y tan firme. Tenía razón. Tenía derecho a saber. De acuerdo. Pero no será fácil.
Lo sé, pero necesito entender lo que pasó. Necesito saber como papá cómo pudo llegar a eso. Ese mismo día fuimos al abogado que nos recomendó García. El poder notarial fue anulado rápidamente. Luego el abogado nos explicó qué pasaría con los bienes de Miguel tras su muerte. Por ley, sus bienes se dividen entre ustedes dijo, mirándonos a ambas.
Como esposa e hija son sus herederas legales. Pero hay un detalle. El negocio de su esposo está en una situación crítica. Las deudas superan con creces los activos. Si aceptan la herencia, heredarán también las deudas. ¿Qué nos recomienda? Pregunté. Renunciar a la herencia. Ambas así estarán protegidas de los acreedores. Ustedes ya tienen bienes propios que no están vinculados al negocio de su esposo.
La casa donde vivían está a nombre de los dos, pero su parte está resguardada. Las cuentas bancarias a su nombre también están seguras. No perderán eso. Carmen y yo cruzamos una mirada y asentimos. Ninguna quería tener nada que ver con lo que quedaba de la vida de Miguel. Demasiado dolor, demasiadas mentiras. Renunciamos, dije. Priper los documentos.
De camino a casa, Carmen preguntó, “¿Y qué pasará con la abuela y el abuelo y con la tía Lucía?” “No lo sé”, respondí con sinceridad. “Probablemente tu abuela se quede con Lucía. Siempre fueron muy unidas.” Antonio, él se ofreció a ayudar, pero no estoy segura de que sigamos en contacto cercano. Demasiados recuerdos, demasiado dolor. Pero el abuelo te ayudó, te advirtió del peligro. Sí, es verdad.
Y le estoy agradecida. Tal vez con el tiempo, cuando las heridas empiecen a sanar, podamos vernos de vez en cuando. Si tú quieres. No sé lo que quiero, admitió Carmen. Todo está tan confuso. Yo amaba a papá, amaba a nuestra familia y ahora todo está destruido y no sé qué sentir, en quién confiar. Confía en ti misma, le dije apretando su mano.
En tu corazón, en tu intuición, ellos no te fallarán. Esa noche, cuando Carmen se quedó dormida, agotada por las emociones del día, me senté en la cocina con Pilar hablando en voz baja. ¿Qué vas a hacer ahora?, me preguntó. No lo sé. Tal vez venda nuestra parte de la casa. Hay demasiados recuerdos, demasiado dolor.
Buscaré algo nuevo, algo solo nuestro para Carmen y para mí. ¿Y el trabajo? ¿Volverás a la universidad? Sí, claro. Necesito trabajar y me gusta enseñar. Me dará algo de estabilidad, algo de normalidad en nuestra vida. Eres fuerte, Elena. Siempre lo ha sido. Vas a salir adelante. Debo hacerlo por Carmen.
Las semanas siguientes estuvieron llenas de trámites. Renunciamos a la herencia, gestionamos los papeles de la casa, organizamos nuestras finanzas. Volví a trabajar en la universidad y Carmen decidió tomarse un semestre sabático para ordenar sus ideas y emociones. Lucía salió del hospital y se fue al extranjero sin despedirse. No la culpé.
También fue una víctima. Víctima de su amor ciego por su hermano, de su lealtad incondicional, incluso en sus planes más oscuros. Y cuando entendió hasta donde había llegado todo, cuando casi se convirtió en una víctima más, debió de ser devastador. Isabel, al conocer toda la verdad por la policía, sufrió un infarto. Sobrevivió, pero quedó convertida en la sombra de lo que fue.
Antonio la cuidaba día y noche. A veces lo llamaba para preguntar cómo estaban. Era lo menos que podía hacer por el hombre que me salvó la vida. Tres meses después, Carmen y yo nos mudamos a un nuevo apartamento, pequeño, pero luminoso y acogedor. Vendimos nuestra parte de la casa y el dinero lo pusimos a nombre de Carmen para sus estudios y su futuro.
Yo retomé mi jornada completa en la universidad, incluso acepté horas extra. El trabajo me ayudaba a no pensar, a no recordar. Carmen también cambió. se volvió más seria, más madura. Leía mucho sobre psicología, sobre traumas, sobre cómo las personas enfrentan la pérdida y la traición.
Buscaba respuestas, buscaba un camino hacia la sanación y poco a poco lo iba encontrando. Estoy pensando en volver a la universidad el próximo semestre, me dijo una noche durante la cena. Pero quiero cambiar de carrera de economía a psicología. Quiero ayudar a personas que han pasado por traumas como nosotras.
Sonreí sintiendo como el orgullo me llenaba por dentro. Es una idea maravillosa. Serás una gran psicóloga. Creo que también me ayudará a mí a entender qué pasó con papá. ¿Por qué cambió? porque se convirtió en lo que fue. Hay preguntas que nunca tendrán respuesta, cariño y heridas que nunca sanan del todo, pero aprendemos a vivir con ellas.
Aprendemos a seguir adelante. 6 meses después, García llamó con noticias. La investigación contra los acreedores de Miguel había concluido. Todos los miembros de la organización criminal estaban arrestados. El caso estaba cerrado. Fue el último capítulo de una historia que cambió nuestras vidas. Gracias por todo le dije, por su ayuda, por su compromiso.
Solo hacía mi trabajo. ¿Cómo están ahora? Tú y Carmen nos arreglamos día a día. Me alegra oírlo. Cuídense, Elena. Esa noche me quedé sentada mucho tiempo en el balcón de nuestro nuevo piso, mirando las luces de la ciudad. Pensaba en mi vida, en el pasado, en el futuro, en los 20 años vividos con un hombre que al final traicionó todo en lo que yo creía.
En mi hija, que a pesar de todo el dolor, encontraba dentro de sí la fuerza para seguir adelante en mí misma, en una fuerza que ni siquiera sabía que tenía. Pasaron otros 6 meses. La vida poco a poco volvía a la normalidad. Carmen regresó a la universidad, esta vez a la facultad de psicología. Yo seguía enseñando, incluso me ascendieron.
Hablábamos poco del pasado, preferíamos mirar hacia adelante, pero a veces en las noches especialmente silenciosas los recuerdos nos alcanzaban y nos sentábamos juntas, tomadas de la mano, encontrando consuelo en la compañía de la otra. El día del aniversario de la muerte de Miguel fuimos a visitar su tumba. Llevamos flores, nos quedamos en silencio, no lloramos.
Las lágrimas se habían agotado hacía tiempo. Solo quedaba una tristeza tranquila y la aceptación de lo ocurrido. ¿Crees que nos quiso?, preguntó de pronto Carmen. De verdad, alguna vez me quedé pensativa. Era una pregunta que yo también me había hecho muchas veces. Creo que sí, a su manera. Al principio, sin duda. Luego algo cambió.
Quizá el dinero, el poder. Tal vez simplemente se perdió persiguiendo el éxito. No lo sé, pero quiero creer que había una parte del que nos amó hasta el final. Carmen asintió como si esa fuera la respuesta que necesitaba. Yo también quiero creerlo. Salimos del cementerio en silencio. El pasado quedaba atrás y frente a nosotras se abría el futuro incierto, sí, pero nuestro, lleno de posibilidades y esperanza.
Se meses después me encontré con Antonio por casualidad en el supermercado. Se veía más viejo, encorbado, pero sus ojos aún conservaban la misma sabiduría de siempre. Elena sonrió al verme. ¿Cómo estás? Y Carmen estamos bien, respondí. Y usted, y doña Isabel. Ella falleció hace tres meses. El corazón nunca se recuperó del todo de lo que pasó. Lo siento mucho, dije sinceramente. No hace falta.
vivió su vida como creyó que debía hacerlo. Igual que mi hijo, igual que todos nosotros. Guardó silencio unos segundos y luego añadió, Lucía se casó con un extranjero. Vive ahora en Italia. A veces llama, dice que es feliz. Me alegro por ella. De verdad. ¿Y tú eres feliz, Elena? Me lo pensé. era feliz.
Después de todo lo vivido, ¿era posible volver a sentir felicidad? Estoy en camino, respondí con honestidad, día a día, paso a paso. Estoy aprendiendo a ser feliz otra vez. Él asintió comprensivo. Eso es todo lo que podemos hacer, aprender a vivir de nuevo después de las pérdidas, después de las traiciones. Aprender a confiar, a amar, a empezar de nuevo.
Nos despedimos y regresé a casa pensando en sus palabras. Empezar de nuevo. Tal vez esa era la esencia de la vida. Saber caer y levantarse, saber perder y volver a encontrar, saber perdonar. No necesariamente a los demás, pero al menos a uno mismo. Carmen llegó tarde de la universidad, pero con una sonrisa brillante.
Mamá, ¿te acuerdas de Diego, mi compañero de clase? Me invitó a salir a una cita de verdad con restaurante y todo. Sonreía al ver el brillo en sus ojos. Qué bien, cariño. ¿Cuándo? El sábado. ¿Me ayudas a elegir que ponerme? Claro que sí. Pasamos la noche revolviendo su armario, riendo y charlando como una madre y una hija cualquiera, como si nuestra vida nunca hubiera sido rota por la traición y la tragedia.
Y en ese momento entendí que lo habíamos logrado. Habíamos sobrevivido a lo peor que la vida podía lanzarnos y salimos adelante, no sin cicatrices, no sin dolor, pero más fuertes. Una tarde de sábado, mientras Carmen estaba en su cita, me quedé en casa revisando viejas fotografías. No lo hacía por nostalgia, sino por necesidad.
Quería poner orden al pasado, separar los recuerdos felices de los dolorosos, conservar lo valioso y dejar ir lo que hacía daño. Entre las fotos encontré una tomada 20 años atrás, el día de nuestra boda con Miguel. Éramos tan jóvenes, tan enamorados, tan llenos de esperanza por el futuro. Me quedé un largo rato mirándola, tratando de ver en los ojos de aquel Miguel Joven alguna señal del hombre en que se convertiría 20 años después.
Pero no vi nada más que amor y felicidad. Quizás eso era suficiente. Tal vez no debía buscar respuestas donde no la sabía. Tal vez solo debía aceptar que las personas cambian, que el amor a veces muere, que incluso los más cercanos pueden volverse extraños. Volví a guardar la fotografía en el álbum, lo cerré y lo puse en la estantería más alta.
El pasado quedaba atrás. Delante estaba el futuro, incierto, sí, pero lleno de posibilidades. Carmen volvió tarde de su cita con un leve rubor en las mejillas y una sonrisa que no le había visto en mucho tiempo. ¿Cómo te fue?, le pregunté mientras le servía una taza de té. Bien, muy bien. Él, él entiende, mamá, sobre papá, sobre todo lo que pasó.
No juzga, no hace preguntas incómodas, solo entiende. Me alegra, cariño. Te mereces a alguien que te entienda. Nos sentamos en la cocina bebiéndote y conversando en voz baja sobre sus estudios, mi trabajo, planes para el fin de semana. Una charla común entre personas comunes viviendo una vida común.
Y eso era justo lo que ambas habíamos deseado durante tanto tiempo. Un año después de los hechos que cambiaron nuestra vida, recibí una carta sin remitente con una letra desconocida en el sobre. Dentro había una hoja doblada y una llave pequeña, antigua, algo oxidada. Desplegué la carta y comencé a leer.
Querida Elena, si estás leyendo esta carta es porque encontré el valor para enviarla. He pensado durante mucho tiempo si debía hacerlo, si tenía sentido remover el pasado, causarte aún más dolor. Pero al final decidí que tienes derecho a saber. Quizá te sorprenda recibir una carta mía de una mujer que nunca fue amable contigo, que siempre pensó que no eras lo suficientemente buena para su hermano. No voy a pedirte perdón.
Lo que hice no tiene perdón, pero quiero que sepas la verdad. Miguel no planeó matarte, al menos no al principio. La idea fue mía. Cuando supe de sus problemas, de sus deudas, de que su negocio estaba al borde del colapso, le propuse una solución simple, cruel, efectiva.
Le dije que sin ti su vida sería más fácil, que tu seguro serviría para pagar sus deudas, que la autorización que Carmen te había firmado le permitiría controlar todos los activos. Al principio se negó. Estaba horrorizado con mi propuesta, pero yo insistí. Día tras día, semana tras semana, debilité su resistencia. Le repetía que era la única salida, que si no lo hacía perdería todo, que tú nunca lo habías amado realmente, que solo estabas con él por su dinero y su estatus.
Mentí, manipulé, presioné hasta que al final se dio, hasta que aceptó mi plan. Yo organicé todo. Encontré una sustancia que no deja rastros. Calculé la dosis. Elegí el día perfecto, el aniversario de vuestra boda. Una cena familiar. Todos juntos brindando con vino. Nadie sospecharía de un envenenamiento intencional. Pero algo falló.
Viste como él vertía el líquido en tu copa. Cambiaste nuestras copas y fui yo quien bebió lo que estaba destinado a ti. Una ironía cruel, ¿no crees? Cuando desperté en el hospital y supe lo que había pasado, que Miguel estaba muerto, que tú y Carmen habían vivido un infierno por mi culpa, no pude con ello. No podía mirar a nadie a los ojos. Por eso me fui.
Empecé una nueva vida. Intento redimirme, aunque sé que es imposible. La llave que adjunto a esta carta abre una caja fuerte en el banco. Papá sabe en cuál. Dentro hay documentos, pruebas de mi culpa, una confesión firmada ante notario y algo más. Resultados médicos de Miguel de un examen que se hizo poco antes de todo aquello. Tenía un tumor cerebral inoperable.
Los médicos le dieron menos de un año de vida. No se lo dijo a nadie, ni a ti, ni a Carmen, ni siquiera a mí. Lo descubrí por casualidad al revisar papeles suyos. No sé si eso cambia algo, si justifica lo que hizo, si atenúa mi culpa. Probablemente no, pero mereces saberlo. Tienes derecho a conocer la verdad, por dolorosa que sea.
No te pido que me busques ni que respondas a esta carta. Solo quiero que sepas lo que realmente ocurrió y que lamento profundamente el papel que jugué en todo esto. Con respeto, Lucía. Volví a leer la carta varias veces sin poder creerlo. Un tumor cerebral. Miguel se estaba muriendo y no se lo dijo a nadie. Prefirió convertirse en un mentiroso envenenado y conspirador antes que mostrar su debilidad. Eso lo explicaba todo.
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