Estudiante vierte café sobre su nuevo compañero negro, sin saber que es campeón de taekwondo…

Al salir de la cafetería, un pensamiento resonó en su mente: Este no es el final.

Lo que Marcus no se dio cuenta fue que ese único acto desencadenaría una cadena de eventos que pondrían a prueba no solo su paciencia, sino también sus principios, y eventualmente revelarían su verdadera fuerza a toda la escuela.

Al mediodía, toda la escuela bullía hablando del “incidente del café”. Algunos estudiantes admiraban cómo Marcus mantenía la calma; otros asumían que simplemente estaba asustado. En cualquier caso, era el centro de atención.

Almorzó solo, con los auriculares puestos, repasando en silencio el momento una y otra vez. Odiaba las miradas, los susurros, pero sobre todo, odiaba que todos pensaran que era débil. No lo era. Estaba entrenado. Y si Tyler lo presionaba de nuevo, no estaba seguro de poder irse la próxima vez.

Esa tarde, la clase de gimnasia de Marcus resultó ser un punto de inflexión. El entrenador Reynolds introdujo una nueva unidad de defensa personal, emparejando a los estudiantes para ejercicios de práctica. El destino emparejó a Marcus nada menos que con Tyler.

El gimnasio se llenó del chirrido de zapatillas en el suelo mientras todos practicaban posturas y movimientos. Tyler se inclinó con una sonrisa de suficiencia y murmuró: “Apuesto a que lo están disfrutando, ¿eh? Por fin puedo hacerme el duro”.

Al principio, Marcus lo ignoró, siguiendo las instrucciones del entrenador. Pero cuando Tyler lo empujó con demasiada fuerza durante un ejercicio, Marcus empezó a perder el control.

“¿Tienes algún problema?”, preguntó Marcus con calma. “Tú”, replicó Tyler. “Te crees mejor que yo, ¿verdad? No estarás tan tranquilo cuando te dé una paliza”. El entrenador Reynolds, al notar la tensión, reunió a la clase. “Vamos a hacer combates de sparring controlados. Recuerda, esto es práctica. Respeta a tu compañero”.

Cuando Marcus y Tyler subieron al tatami, la energía en el gimnasio cambió. Los estudiantes se agolparon, presentiendo la tormenta que se avecinaba. Tyler se crujió los nudillos, sonriendo con suficiencia, mientras Marcus hacía una reverencia respetuosa, como mandaba la tradición. “¡A luchar!”, indicó el entrenador.

Tyler cargó con temeridad, lanzando golpes caóticos y sin orden. Marcus esquivó con facilidad; sus movimientos eran precisos, calculados y disciplinados. Con un bloqueo rápido y una patada perfecta a las costillas de Tyler, lo envió tambaleándose hacia atrás. Exclamaciones y murmullos de sorpresa se extendieron entre la multitud.

A pesar de la creciente excitación a su alrededor, Marcus mantuvo la calma. Cada vez que Tyler se lanzaba, Marcus lo respondía con contraataques precisos y controlados, nunca agresivos ni ostentosos, simplemente efectivos. Cada golpe era preciso, aterrizaba con intención, no con ira. Al final del asalto, Tyler estaba empapado en sudor, respirando con dificultad, mientras que Marcus se mantenía firme y sereno, apenas cansado.

El entrenador pitó el final del partido. Hizo un gesto con la cabeza hacia Marcus.

 

 

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