En el momento en que su sonrisa se derrumbó, Amelia cruzó el umbral de la puerta. Detrás de ella, aparecieron dos oficiales.
Y Daniel finalmente entendió cuánto la había subestimado.
La compostura de Daniel se hizo añicos al instante. El hombre que siempre se enorgullecía de su estrategia, previsión y control ahora estaba paralizado, mirando fijamente la prueba viviente de que su plan había fallado. Su arrogancia siempre lo había cegado: creía que la naturaleza tranquila de Amelia significaba debilidad. Nunca se dio cuenta de que era simplemente autocontrol.
El oficial Leandros, el investigador principal, le leyó sus derechos mientras Daniel balbuceaba excusas, insistiendo en que Amelia debía haber manipulado la grabación. Pero los oficiales ya habían visto los archivos con fecha y hora, los metadatos y la carga segura que Amelia envió a Elena. Por no mencionar al piloto del helicóptero, quien —aterrorizado y lleno de culpa— había huido directamente a la policía y confesado todo al darse cuenta de que Amelia había sobrevivido.
Daniel fue esposado en segundos, pero Amelia no le habló. No gritó. Simplemente se hizo a un lado, colocando una mano protectora sobre su vientre. Verla viva —calmada, firme, entera— pareció destruirlo mucho más de lo que cualquier insulto podría haberlo hecho.
En la comisaría, Amelia y Elena pasaron horas revisando pruebas. Apareció una segunda grabación de semanas antes, donde Daniel hablaba de cuentas en el extranjero y su miedo a la bancarrota. Había mensajes de texto con su amante hablando de “ser libres pronto” y “empezar de nuevo”. Los documentos de la póliza de seguro revelaron una solicitud urgente que Daniel había presionado agresivamente. El motivo, el plan, la cronología: todo encajaba perfectamente.
Sin embargo, el peso emocional era lo que perduraba. Amelia había pasado años creyendo en el encanto de Daniel, su ambición, sus promesas. Ahora esos recuerdos se sentían como fragmentos afilados que tenía que manejar con cuidado para que no la cortaran más.
Elena, siempre protectora, se quedó a su lado. —No solo sobreviviste a él —dijo suavemente—. Fuiste más astuta que él.
Los médicos revisaron a Amelia y confirmaron que el bebé estaba a salvo, aunque ella necesitaba descanso y monitoreo. Incluso en el agotamiento, Amelia sintió algo que no esperaba: alivio. Confusión, sí. Dolor, absolutamente. Pero también una extraña y silenciosa liberación.