Llevé a mi esposa a dormir en el almacén porque tuvo el valor de discutir con mi madre. A la mañana siguiente, cuando abrí la puerta y vi la escena… me quedé sin palabras.

Esa noche, llamé en secreto a Anita. Respondió, y en la pantalla vi a nuestro hijo durmiendo en su regazo. Me dolió el corazón al ver su pequeño rostro. Le dije:

– “Anita, al menos déjame verlo. Lo extraño muchísimo.”

Ella me miró, sus ojos fríos:

– “¿Ahora te acuerdas de tu hijo? ¿Y de mí, que fui echada al almacén y tratada como una esclava, no te acuerdas? Raj, ya es tarde. No volveré.”

Lágrimas corrieron por mi rostro.

El arrepentimiento tardío

En los días siguientes, me volví como un cuerpo sin alma. No podía concentrarme en el trabajo. Cada noche soñaba que Anita se iba con nuestro hijo, y yo la perseguía inútilmente.

Comencé a comprender: durante los últimos dos años, sólo escuché a mi madre, forzando a Anita a soportar y callar. No la protegí, no me puse de su lado – a esa mujer que dejó todo por mí.

Ahora, el precio a pagar era perderla a ella y a mi hijo.

La dura realidad

 

 

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