Durante la fase REM del sueño, en la que se producen los sueños más vívidos, los músculos del cuerpo se relajan aún más. Si bien la producción de saliva puede disminuir, el riesgo de goteo aumenta debido a la extrema relajación de los músculos de la boca. Esta combinación hace que babear durante esta fase sea bastante común y, a menudo, inevitable. El cerebro, aunque percibe las señales internas de la saliva, no puede intervenir durante el sueño profundo, por lo que el goteo ocurre de forma silenciosa.
Existen factores físicos y de salud que pueden provocar que algunas personas babeen más que otras. La congestión nasal es un ejemplo clásico: cuando tenemos dificultad para respirar por la nariz, el cuerpo tiende a respirar por la boca, lo que facilita la pérdida de saliva. De igual manera, ciertos medicamentos y afecciones médicas que afectan la producción de saliva, la deglución o la coordinación muscular también pueden aumentar la probabilidad de babear.
Incluso hábitos como fumar o consumir alcohol antes de acostarse pueden alterar la producción natural de saliva o afectar la forma en que los músculos faciales procesan la deglución durante la noche.
La alimentación y la hidratación también desempeñan un papel importante. Comer alimentos muy salados, picantes o muy dulces antes de acostarse estimula la producción de saliva. Por otro lado, la deshidratación provoca que la saliva se espese, dificultando la deglución y causando su acumulación en la boca, que finalmente se filtra. Nuestro cerebro, aunque detecta estas señales, no puede actuar sobre ellas mientras dormimos, por lo que el resultado es una fuga silenciosa de saliva. Esto explica por qué algunos días nos despertamos con la almohada completamente mojada y otros no, incluso si dormimos en la misma posición.
El babeo también guarda una curiosa relación con el desarrollo de la mandíbula y los dientes, sobre todo en los niños. Los niños tienden a babear más al dormir porque su boca aún no ha desarrollado por completo la coordinación necesaria para tragar saliva durante el sueño. En los adultos, problemas de alineación dental, prótesis dentales o incluso el desgaste natural de los dientes pueden contribuir a este fenómeno. Por lo tanto, el babeo no es simplemente un accidente; es un reflejo del funcionamiento biológico de nuestra boca y cerebro.
El estrés y la ansiedad son factores inesperados que también pueden influir en esto. Cuando estamos bajo presión, nuestros patrones de sueño cambian, lo que afecta la relajación de los músculos faciales y la forma en que se traga la saliva. Una noche estresante puede, por ejemplo, provocar un aumento del babeo, lo que lo convierte en un indicador indirecto de cómo reacciona nuestro cuerpo al estrés. Aunque no lo notemos mientras dormimos, nuestro cerebro regula constantemente funciones para mantenernos sanos, y el babeo puede ser un efecto secundario de esta dinámica.
Aunque pueda resultar molesto, babear cumple funciones importantes. La saliva es esencial para la salud bucal, ya que protege los dientes, facilita la digestión y mantiene la boca hidratada. El hecho de que nuestro cerebro siga estimulando la producción de saliva durante toda la noche, incluso cuando se produce alguna fuga, es una señal de que nuestro cuerpo continúa cuidándose mientras dormimos. De hecho, babear nos recuerda que nuestras funciones corporales nunca se detienen, ni siquiera cuando aparentemente estamos «inactivos».
Para quienes desean reducir el babeo nocturno, existen estrategias sencillas que pueden ayudar.
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