—No soy fuerte porque sé pelear. Soy fuerte porque aprendí que merezco respeto… y que nadie tiene derecho a quitármelo.

La sala quedó en silencio. Luego vinieron los aplausos.

Esa tarde, mientras regresaba a casa con su madre, sintió algo distinto: no solo orgullo, sino paz.

Su historia no había empezado bien. Había dolor, miedo, injusticia. Pero su final —o al menos este capítulo— estaba lleno de fuerza, comunidad y esperanza.

La vida de Amina no cambió por una pelea.
Cambió porque decidió ser escuchada.

Y desde entonces, nada volvió a ser igual.