Comparto esta historia no para celebrar la caída de nadie, sino como recordatorio: ninguna madre merece humillación. No necesitan lástima, solo respeto.
Si alguna vez has visto a tu madre encogerse en casa ajena, debes saber esto: no estás solo. Puedes levantarte, marcharte y empezar de nuevo con dignidad intacta.
Una vez pensé que la paciencia era fuerza. Ahora lo sé: la verdadera fuerza es negarse a dejar que el silencio entierre el amor.