Mi marido le compró un apartamento a su amante justo debajo del nuestro. Vivieron juntos cuatro años sin que yo lo supiera… hasta que un día todo salió a la luz.

Apartó la mirada y murmuró:
«Hace cuatro años. Le aconsejé, pero no me escuchó. Una mujer inteligente sabe cerrar los ojos para proteger su hogar».

Solté una risa amarga. Todos habían conspirado para ocultarme la verdad: mi marido, mi suegra… todos. Solo yo había vivido a ciegas, justo encima de ese nido de infidelidad.

Esa noche, me senté frente a Rodrigo. Se arrodilló, me tomó las manos y me suplicó:
«Perdóname. Voy a romper con ella, voy a vender ese apartamento. Piensa en los niños, en la familia. Dame una oportunidad».

Miré a los ojos en quienes confié durante mi juventud y solo vi un abismo de mentiras. Respondí con frialdad:
«No te preocupes. Te liberaré. Pero prepárate para el juicio. Lucharé por la custodia de mis hijos y mis bienes. No te escaparás tan fácilmente».

Mis palabras fueron el golpe final, cortando de raíz un matrimonio podrido. Rodrigo estaba petrificado; doña Carmen, sin palabras. Nunca imaginaron que la dócil mujer que conocían sería capaz de levantarse y, con firmeza, cortarlo todo de una vez.

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