El murmullo volvió a recorrer la sala. Una vecina de la familia se llevó una mano al pecho, incapaz de contener su indignación. Arturo dio un paso hacia ella alzando la voz. ¿Y qué es eso que insinúas? ¿Qué me engañaste? Elena respiró hondo. No necesito detalles para herirte, Arturo. Basta con que sepas que mientras tú me negabas amor, hubo alguien que sí me miró como mujer. El escándalo fue inmediato.
Los invitados se levantaron de sus sillas, algunos exclamando incrédulos, otros murmurando con curiosidad. Los hijos palidecieron aún más. Arturo enrojeció de furia. ¿Quién? Dilo, Elena. ¿Quién fue? Ella lo miró con serenidad. No importa quién, importa que existió. Importa que mientras tú me usabas como un accesorio, yo descubrí que podía ser deseada, escuchada, valorada.
La tensión era insoportable. Los invitados apenas respiraban. El ambiente estaba cargado de electricidad, como si una tormenta fuera a estallar dentro del salón. Marta, incapaz de soportar más, se levantó con voz quebrada. Basta ya. Sois nuestros padres. ¿No podéis tener un poco de compasión por nosotros, por todo lo que significa esta familia? Elena se giró hacia su hija.
Mi amor, toda tu vida has creído en un cuento que no existía. Tal vez es hora de que sepas la verdad para que nunca repitas los mismos errores. Arturo golpeó la mesa con fuerza. No permitiré que conviertas esto en una farsa moral, Elena. Tú has vivido gracias a mí, a mi trabajo, a mi dinero. Sin mío no serías nadie. La frase resonó con crueldad en el aire.
Muchos invitados se miraron con desagrado. Lo que Arturo acababa de decir confirmaba su egoísmo. Elena sonrió con ironía. Nadie. Gracias a ti he sido madre de tres hijos maravillosos. Gracias a ti aprendí lo que no quiero ser. Gracias a ti descubrí una fortaleza que jamás habría imaginado. No soy nadie, dices.
Y sin embargo, hoy soy más libre que nunca. Las lágrimas comenzaron a rodar por las mejillas de Clara, la hija menor. “Mamá”, murmuró con la voz shota. Elena se acercó y tomó su mano con ternura. Tranquila, hija. No lo hago para destruir, lo hago para liberarnos. Los invitados empezaban a dividirse en bandos.
Algunos apoyaban a Elena, murmurando que había sido valiente al hablar. Otros se mantenían fieles a Arturo, justificando que quizás un hombre de negocios necesitaba una esposa fuerte y discreta y que no era para tanto. Un tío lejano tomó la palabra desde su asiento. Elena, todos aquí pensábamos que teníais el matrimonio perfecto.
¿Cómo pudisteis engañarnos de esa manera? Ella lo miró con compasión. No os engañamos. Vosotros preferisteis ver lo que queríais ver. Nunca preguntasteis si era feliz. Nunca mirasteis más allá de las apariencias. El comentario dejó al tío sin palabras. Arturo, cada vez más alterado, comenzó a sudar. “Basta ya!”, gritó. Esta celebración terminó, pero Elena levantó la voz por encima del suyo.
“No, Arturo, lo que terminó es la farsa. Hoy comienza mi vida de verdad. La sala entera contuvo el aliento. Fue entonces cuando ocurrió lo inesperado. Luis, el hijo del medio, dio un paso adelante y miró a su madre con ojos enrojecidos. Mamá, ¿es cierto que hubo alguien más? Elena asintió lentamente. Sí, hijo, hubo alguien.
¿Y acaso? Luis no pudo terminar la frase. Elena entendió lo que quería decir. Su corazón dio un vuelco, pero no podía retroceder. No, hijos míos, sois de vuestro padre. Esa duda no la tengáis jamás. Pero necesitáis saber que vuestro padre y yo nunca fuimos el ejemplo que aparentábamos ser. El alivio en los rostros de los hijos fue instantáneo, aunque el dolor seguía presente.
Arturo se dejó caer en una silla derrotado. Sus hombros, antes erguidos con orgullo, ahora parecían encogidos bajo el peso de la verdad revelada. Elena miró alrededor recorriendo con la vista cada rostro, cada expresión de incredulidad, compasión o juicio. “Esta noche,” dijo con firmeza, “no se trata de celebrar un matrimonio. Se trata de reconocer que durante 40 años hemos vivido en una mentira y yo ya no quiero seguir viviendo así.
” Los invitados permanecieron en silencio. Nadie se atrevía a hablar primero. Solo se escuchaba el sonido lejano de un reloj marcando los minutos, recordando que el tiempo seguía corriendo implacable. Y entonces, en medio de ese silencio, Elena pronunció las palabras que sellarían su destino. “Arturo, esta es la última vez que me ves como tu esposa.
 
					