«Debería preguntarte lo mismo», dijo, sentado a su lado. «Tus hijos estaban tratando de vender su único juguete para comprar tu medicina. Los encontré frente a mi tienda».
La mano de Amy voló hacia su boca. “No…”
«Te salvarán, Amy».
Ella sacudió la cabeza, abrumada por la emoción. «¿Cómo puedo pagarte?»
«No tienes que hacerlo», dijo Ethan. Luego, después de una pausa, «Pero… tengo una pregunta».
Metió la mano en el bolsillo de su abrigo y sacó una fotografía. Era viejo y se desvanecía. En él, Amy sostenía una versión más joven de Ethan. Cuando habían estado en la universidad. Cuando él rompió las cosas, persiguiendo negocios y riqueza, y dejándola atrás.
«Mantuve esto todos estos años», dijo Ethan, con la voz baja. «Nunca me dijiste que tenías hijos».
«No quería perturbar tu vida», dijo suavemente. «Te fuiste. Pensé que habías seguido adelante».
Los ojos de Ethan se levantaron. «¿Son míos?»
Ella asintió.
«Son nuestros hijos».
Ethan se quedó congelado.
Todo este tiempo… Tenía hijos gemelos de los que nunca supo. Y habían intentado vender su único juguete para salvar a la mujer que una vez amó.
Él se arrodilló junto a ella y tomó sus manos en las suyas. «Cometí un error, Amy. El mayor error de mi vida. Si me dejas… quiero arreglarlo. Para ellos. Para ti. Para nosotros».
Las lágrimas fluyeron por la cara de Amy.
Desde la puerta, Leo susurró: «Mamá… ¿ese hombre es nuestro papá?»
Amy molesta. «Sí, cariño. Él es».
biberones
Los gemelos entraron corriendo y abrazaron fuerte a Ethan. Por primera vez en su vida, Ethan se sintió completo.
Epílogo
Seis meses después, Amy y los chicos se mudaron a la finca de Ethan. Pero no solo se mudaron a una mansión, se mudaron a una familia.
El coche de juguete, todavía roto y astillado, se sentó en una vitrina en la oficina de Ethan, con una placa que decía:
«El juguete que salvó una vida y me dio una familia».
Porque a veces, no son los grandes gestos o fortunas los que cambian vidas, son las cosas más pequeñas, dadas desde los corazones más puros.