El salón de baile del hotel resplandecía bajo las lámparas de araña. Vestidos de noche, champán y conversaciones en voz baja: la gala benéfica «Oportunidades para la Juventud» estaba en pleno apogeo. Irónicamente, casi ninguno de los invitados había pasado hambre jamás. Sin embargo, esa misma noche, un niño les recordaría lo que era la verdadera riqueza.
Una chica sin hogar, pero con talento.

Camille Martin, de doce años, vivía en la calle. Desde la desaparición de sus padres, apenas sobrevivía, a veces compartiendo su comida con gatos callejeros. ¿Su único refugio? La música que escuchaba a través de las ventanas de una academia y que repetía en su mente, nota por nota.
Esa noche, impulsada por el hambre, Camille siguió el aroma de un banquete hasta el hotel. Descalza y vestida con harapos, se acercó tímidamente a las puertas, fascinada por el piano de cola que se alzaba en el centro de la sala.
—Por favor… ¿puedo jugar contra un plato de comida? —susurró.
La sala quedó en silencio. Se oyeron algunas risas ahogadas. Pero en medio de esta indiferencia, una voz suave se elevó:
—Déjenla tocar —dijo el señor Laurent Caron, famoso pianista y fundador de la velada.
Cuando el silencio se convierte en sinfonía
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