Dijo que a veces no hay comida. Miró directo a Rogelio. Eso es un delito. Carolina lo miró esperando la réplica perfecta que deshiciera el nudo. Rogelio no dudó. La niña fantasea anda viendo videos en internet, copiando conversaciones. Necesita un psicólogo. Tú sabes cómo se pone desde que su papá desapareció. La palabra papá hizo que Carolina apretara la mandíbula. El golpe emocional funcionó un instante. Dolor viejo, cuentas que no cierran, la casa sostenida con su sueldo y la ayuda de él.

Respiró hondo buscando equilibrio. Oficial. Agradezco su preocupación, pero esta es mi familia. Yo sé lo que pasa aquí. La voz tembló, pero insistió. Rogelio se equivoca. Sí, a veces se pasa. Ya hablé con él, pero no es un monstruo, es severo. Del otro lado de la puerta, la madera raspó. Jimena puso la boca en la rendija. Mamá, no le creas. Su voz salió entre soyosos. Él también me encierra. Dice que si hablo, tú te vas a ir y nos quedamos sin nada.

No lo dejes quedarse con nosotros. Carolina se llevó la mano a la frente como queriendo empujar las palabras fuera de su cabeza. Miró la puerta, miró al hombre en la sala, miró el uniforme. El mundo le exigía una decisión que no quería tomar. Jimena, basta. Su voz salió más dura de lo que pretendía. No hables así de tu padrastro. Él te da de comer, te lleva a la escuela. Tú no sabes lo difícil que es mantener esta casa.

La comida es cuando él quiere, contestó la niña en un hilo de voz y Mateo se queda sin Morales intervino midiendo el tono. Señora Carolina, en este momento necesito separar a los adultos de los niños. Voy a registrar lo que observé, tomar fotos de los candados y comunicar al Consejo Tutelar. Sacó el celular. Es procedimiento, ¿no? Explotó Rogelio, pero se contuvo al ver la mano del policía cerca de la funda. ¿Qué consejo ni qué nada? ¿Van a traer extraños a meterse?

Si fuera con su hijo, usted lo llamaría meterse, replicó Morales. Carolina levantó la palma pidiendo aire. Espere, si entra el consejo, todo el vecindario se va a enterar. Me van a quitar a mis hijos. Me van a culpar de todo. La voz se quebró. Yo trabajo. Yo cuido. No soy mala madre. Yo no estoy diciendo que lo sea contestó Morales sincero. Estoy diciendo que hay una situación de riesgo y yo la vi. Rogelio intentó un último golpe bajando el tono.

Amor, dile al oficial que autorizas que yo enseñe las reglas, que confías en mí. Él se va. Mañana hablamos con la directora de la escuela. Mostramos que todo está bien y listo. Morales captó la maniobra. La directora será informada por mí en un reporte. Los maestros están obligados a observar señales. Voy a anexar fotos. Tiempo de visita, descripción del ambiente. Pasó la vista por el pasillo. Y si es necesario pido medida de protección. Carolina apretó la bolsa como si quisiera romperla.

Usted quiere destruir nuestra vida. Quiero evitar que dos niños pasen un día más encerrados. Silencio, pesado. El reloj en la pared marcaba segundos como martillazos. En el cuarto, Mateo Jimoteo. Jimena susurró con voz desecha. No me dejes sola con él, por favor. Rogelio dio un paso hacia el pasillo. Voy a hablar con ella. Morales lo bloqueó firme. Usted no se acerca al cuarto. Carolina al límite explotó. Ya basta todos. El grito retumbó por la casa. Yo yo no sé nada.

Trabajo. Llego molida. Confío en lo que me dicen. Miró a Morales. ¿Quiere registrar? Registre. Pero hoy nadie se lleva a nadie. Mañana yo misma voy a la escuela. La directora me conoce desde que Jimena entró. Ella va a decir que todo está bien. Rogelio asintió rápido, aferrándose a la tabla de salvación. Eso, mañana lo arreglamos con la directora. Ahora cada quien en su esquina. El oficial ya vio de más. Morales no respondió. Tomó fotos de los candados, de la ventana tapada, del plato vacío.

Hizo anotaciones cortas, frías, todas con hora. guardó el celular, se giró hacia la puerta del cuarto y habló lo bastante alto para que Shimena lo oyera. Voy a volver y voy a hablar con quien tenga que hablar. Del otro lado, la niña respiró sin valor para responder. Carolina abrió la puerta de la calle y encaró al sargento en un gesto que era invitación y orden a la vez. Por favor, ya es tarde. Rogelio mantenía la media sonrisa, la mandíbula tensa, pero en el fondo de sus ojos había una chispa de molestia.

Ya no controlaba todos los movimientos. Morales dio dos pasos, se detuvo en el marco, miró la casa como fijando un mapa. Tomó la radio. Central Aquí 127. Finalizo presencia en caso domiciliario. Solicito canal para reporte preliminar y contacto del Consejo. Esperó la respuesta. Y confirmen el nombre de la directora de la primaria municipal. Necesito hablar con ella. La respuesta sonó con estática. Recibido 127. Canal abierto para reporte. nombre de la directora en camino. Carolina cerró los ojos un segundo, como si un mazo invisible le hubiera caído encima.

Rogelio tensó el cuello. Del cuarto, la respiración de Jimena se oía clara a través de la madera. “Mañana temprano”, dijo Morales, sin mirar a nadie en especial. “Alguien me va a tener que escuchar.” La radio crujió otra vez. El nombre de la directora llegó con la estática junto con un aviso que él no esperaba. 127. Atención. La directora pide retorno inmediato. Dice que no es asunto de la escuela. Morales se quedó congelado en el marco con la casa detrás y la calle enfrente.

Carolina apretó la bolsa. Rogelio entornó los ojos demasiado satisfecho y por un instante el silencio volvió a hacer la regla detrás de esa puerta cerrada. El sol aún no salía del todo cuando Morales llegó a la comandancia. Había pasado la noche dándole vueltas en la cabeza a cada detalle de esa casa sofocante, cada lágrima de Jimena, cadaozo de Mateo. Se sentó frente a la computadora, abrió el sistema y empezó a teclear. No era solo un reporte, era un registro de indignación.

Describió los candados por fuera de las puertas, la ventana tapada, el cuarto sin ventilación, el estado físico de los niños. adjuntó las fotos tomadas discretamente con el celular, el plato vacío, el colchón gastado, las cadenas oxidadas. Al final resaltó la frase de Jimena. Él me encierra cuando mamá no está. Si lo cuento, nos pega. Firmó el documento y lo envió al área encargada del Consejo Tutelar, pero no se conformó con esperar. quería que la escuela donde la niña había pedido ayuda por primera vez también supiera.

Tomó el coche y fue directo para allá. La directora, una señora de mediana edad con los lentes en la punta de la nariz, los recibió con una sonrisa automática, de esas que no llegan a los ojos. Sargento Morales, ¿en qué puedo ayudarlo? Él puso la carpeta sobre el escritorio y la abrió, mostrando algunas fotos impresas. Estoy investigando un caso de maltrato. Su alumna Jimena me buscó ayer. Encontré a su hermano encerrado en un cuarto oscuro. Puertas con candados, señales claras de negligencia.

La directora miró las fotos de reojo, se acomodó los lentes y carraspeó. Mire, estas cosas son delicadas. Hay que tener cuidado antes de andar acusando familias. Señora directora, no son acusaciones al aire. Yo lo vi, lo documenté, está todo en el reporte. Ella cruzó las manos sobre el escritorio y suspiró. Rogelio puede ser rudo, lo sé, pero Carolina es trabajadora, se esfuerza mucho, siempre viene a hablar de su hija. No quiero ser injusta con ella. Morales se inclinó hacia adelante.

No se trata de ser injusta, se trata de proteger a dos niños. La directora desvió la mirada incómoda. Ya he tenido problemas en el pasado cuando me metí en asuntos de familia. Denuncias que no sirvieron de nada, padres enojados, demandas contra la escuela. Es complicado, sargento. La frialdad con que minimizaba el sufrimiento de Jimena hizo que Morales cerrara los puños. Complicado es dejar a dos niños encerrados en su casa y hacerse de la vista gorda. Ella respiró hondo y retiró las fotos de la mesa devolviéndoselas.

Voy a registrar que usted vino, pero no voy a dar opinión. No quiero a la escuela metida en esto. Morales la miró en silencio unos segundos, la tensión flotando. Luego guardó las fotos en la carpeta. Entonces, registre que prefirió no actuar, dijo seco. Porque yo sí voy a actuar. Se levantó sin esperar respuesta. El pasillo de la escuela estaba lleno de niños riendo, corriendo a sus salones. Entre ellos, Jimena caminaba despacio de la mano de Mateo, que por primera vez había podido ir a clase después de lo de la casa.