SU PADRE LA CASÓ CON UN MENDIGO PORQUE NACIÓ CIEGA — Y ESTO FUE LO QUE PASÓ

—No siempre.

Pero no dijo más, y Zainab no insistió.

Hasta que un día…

Zainab fue sola al mercado a comprar verduras.
Yusha le había dado instrucciones claras, y ella las memorizó paso a paso.
Pero a mitad del camino, alguien la tomó con fuerza del brazo.

—¡Rata ciega! —escupió una voz. Era su hermana — Aminah.
—¿Sigues viva? ¿Todavía fingiendo ser esposa de un mendigo?

Zainab sintió que las lágrimas querían brotar, pero se mantuvo firme.

—Soy feliz —dijo.

Aminah soltó una risa cruel.
—Ni siquiera sabes cómo es. Es basura… igual que tú.

Y luego, le susurró algo que le rompió el corazón:

—Él no es un mendigo, Zainab. Te han mentido.

Zainab regresó a casa tambaleándose, confundida.
Esperó hasta la noche, y cuando Yusha regresó, volvió a preguntarle — pero esta vez con firmeza:

—Dime la verdad. ¿Quién eres realmente?

Y entonces Yusha se arrodilló frente a ella, le tomó las manos, y dijo:

—No debías saberlo aún. Pero ya no puedo seguir mintiéndote.

El corazón de Zainab latía con fuerza.

Yusha respiró hondo.

—No soy un mendigo. Soy el hijo del Emir.

El mundo de Zainab comenzó a girar.
“Soy el hijo del Emir.”
Trató de calmar su respiración, intentando comprender lo que acababa de escuchar.
Cada momento que compartieron pasó por su mente — su bondad, su fortaleza silenciosa, las historias vívidas que parecían demasiado reales para un mendigo.
Ahora entendía por qué.
Él nunca fue un mendigo.
Su padre no la había casado con un mendigo — sin saberlo, la había casado con la realeza disfrazada de harapos.

Ella apartó sus manos, retrocedió, y preguntó con voz temblorosa:

—¿Por qué? ¿Por qué me dejaste creer que eras un mendigo?

 

 

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