“Te prometo que te lo pagaré cuando sea mayor”, le suplicó la niña negra a un millonario por una pequeña caja de leche para su hermanito recién nacido que lloraba de hambre. La respuesta del hombre sorprendió a todos..
En una tarde calurosa de julio, en las afueras de Sevilla, la pequeña Amina, una niña de ocho años de piel oscura, caminaba descalza junto a su hermanito recién nacido en brazos. Su familia había llegado unos meses antes desde Senegal buscando una vida mejor, pero la realidad había sido más dura de lo esperado. Aquella tarde, el bebé llevaba horas llorando de hambre. Su madre trabajaba limpiando casas, su padre en la construcción, ambos con horarios interminables, y Amina era la encargada de cuidar al pequeño.
Desesperada, entró en un pequeño supermercado de barrio. Sus ojos se detuvieron en una caja de leche infantil, tan necesaria como inaccesible. Con timidez, se acercó al mostrador donde un hombre alto, elegante, de unos sesenta años, pagaba sus compras. Era Don Esteban Serrano, un empresario conocido en la zona por su fortuna, pero también por su carácter frío y reservado.
Amina reunió todo su valor, sostuvo más fuerte al bebé y, temblando, tiró suavemente de la manga del hombre.
—Señor… por favor… necesito esta leche para mi hermanito. Se la prometo… se la pagaré cuando sea mayor —susurró con una voz quebrada que contrastaba con los gritos del pequeño.
El cajero se quedó inmóvil. Varias personas alrededor también se giraron. Nadie esperaba que la niña hablara con tanta determinación, y menos aún que hiciera semejante promesa. Don Esteban bajó la mirada hacia ella, sorprendido por la seriedad de sus ojos. Por un momento, todos contuvieron la respiración, esperando ver si el millonario la ignoraba o, peor aún, la reprendía.
Amina, viendo que él no respondía, añadió con más insistencia:
—Solo necesito esa leche… él tiene hambre. Yo… yo pagaré algún día. Lo juro.
El silencio en el local se volvió espeso. El bebé lloraba aún más fuerte. Don Esteban seguía sin decir una palabra, con la expresión dura que lo caracterizaba. Pero entonces, muy lentamente, dejó sus bolsas en el suelo, tomó la caja de leche y la sostuvo en el aire.
Todos pensaron que finalmente la entregaría… pero lo que hizo después nadie lo esperaba.
—Continuará…

Don Esteban miró fijamente la caja de leche durante unos segundos antes de volver a mirar a la niña. Su voz, grave y controlada, rompió el silencio:
—¿Cómo vas a pagarme cuando seas mayor?
Amina no retrocedió. Aunque le temblaban los labios, mantuvo la mirada firme.
—Trabajaré. Seré doctora. Me lo ha dicho mi maestra. Yo pagaré todo. Pero ahora él tiene hambre…
Aquella respuesta descolocó al empresario. Durante años, había vivido blindado emocionalmente. Su esposa había fallecido hacía una década, y su único hijo, Lucas, se había distanciado por problemas personales. Don Esteban había levantado empresas, edificios y cuentas bancarias, pero dentro de sí cargaba un vacío que ni él sabía reconocer.
—¿Cómo te llamas, niña? —preguntó, con un tono menos severo.
—Amina, señor.
⏬️⏬️ continúa en la página siguiente ⏬️⏬️