Cuando Maya regresó a clase la semana siguiente, la recibió un nuevo sentido de respeto. El grupo de alborotadores, ahora humillados, ya no se atrevía a desafiarla. El ambiente en el aula había cambiado. Descubrieron que bajo su calma se escondía una fuerza que no podían igualar.
Maya nunca volvió a hablar de lo sucedido. Para ella, fue solo un día más, una lección más: no solo de matemáticas o historia, sino de respeto, disciplina y la fuerza que surge cuando nos vemos obligados a llegar al límite.
 
					