
Una joven enfermera bañó a un millonario en coma, pero cuando despertó repentinamente, ocurrió algo milagroso.
El rostro de Anna se iluminó. Eso fue todo. Por primera vez desde que despertó, Grant sonrió.
No por cortesía. No por obligación. Sino porque, por primera vez, se sentía vivo de nuevo.
Y él sabía exactamente a quién agradecerle por eso. Anna no era como los demás. No lo trataba como a un caso de caridad.
Ella no lo vio como un multimillonario atrapado en una cama de hospital. Lo vio a él. Solo a Grant.
Y por eso se sentía atraído hacia ella. Siempre que estaba en la habitación, el mundo se sentía más ligero. Cada vez que hablaba, su voz lo sacaba de la oscuridad que aún persistía en su mente.
Y cada vez que lo tocaba, una mano en su brazo, sosteniéndolo mientras caminaba, ajustando su almohada, sentía un hormigueo en la piel que no podía explicar. Una noche, después de una sesión de terapia particularmente larga, Anna sugirió dar un paseo por el jardín del hospital. El aire fresco te sentaría bien, dijo sonriendo.
Grant estuvo de acuerdo. Pero lo que no esperaba era lo diferente que se sentiría todo fuera de los muros del hospital. El aire fresco de la noche.
El susurro de los árboles. La luna proyectando un suave resplandor sobre el mundo. Por primera vez, se sintió otra vez como una persona.
No es un paciente. No es un misterio con recuerdos perdidos. Solo él mismo.
¿Por qué? Y a su lado, Anna. Caminaban despacio, Anna se apoyaba en su brazo. Al principio, Grant pensó que era solo parte de su trabajo.
Pero entonces, vio cómo sus dedos se detenían en su muñeca. La forma en que lo miraba cuando creía que no la veía. La forma en que se le cortaba la respiración cuando él se acercaba demasiado.
Y de repente, él lo supo. Ella también lo sintió. Esa atracción.
Esa conexión tácita entre ellos. Se detuvieron cerca de un pequeño banco de piedra, mientras la luz de la luna proyectaba sombras sobre el jardín. Grant se giró para mirarla; esta vez, su corazón latía con dificultad por una razón diferente.
Anna abrió la boca para decir algo. Pero antes de que pudiera decirlo, Grant le tomó la mano. Sus labios se entreabrieron, sorprendida, mientras sus ojos buscaban los de él.
—No recuerdo nada de mi vida antes de esto —admitió en voz baja—. Pero de una cosa estoy seguro. Anna tragó saliva.
¿Qué? La apretó con más fuerza. Confío en ti. Las palabras eran sencillas.
Pero para él, lo eran todo. Y a juzgar por la forma en que Anna se quedó sin aliento. El rubor que le producía la luz de la luna.
La forma en que no se apartó. Ella lo entendió. Y por ahora, eso era suficiente.
La noche fue agitada. Grant daba vueltas en la cama del hospital; su cuerpo aún estaba débil, pero su mente estaba acelerada. Y entonces, un destello.
Un repentino estallido de recuerdos irrumpió en su subconsciente como una presa que se rompe. El camino estaba oscuro. La lluvia caía a cántaros contra el parabrisas, y sus limpiaparabrisas luchaban por mantener el ritmo…
Grant agarró el volante con fuerza, con la mente aún nublada por la reunión que acababa de dejar. Algo no encajaba. No encajaba.
De repente, de la nada. Faros brillantes. Un submarino negro se abalanzó sobre él, desviándose a toda velocidad hacia su carril.
Grant tiró del volante, y sus neumáticos patinaron sobre el pavimento resbaladizo. Los frenos no funcionaron. Su corazón latía con fuerza mientras intentaba desesperadamente recuperar el control.
Y justo antes del impacto, su mirada se desvió hacia un lado del camino. Una figura sombría estaba allí, observando. Y entonces, la oscuridad.
Grant abrió los ojos de golpe, respirando entrecortadamente. Tenía el pulso acelerado y el sudor se le pegaba a la piel. El recuerdo había sido tan vívido, tan real.
Y ahora sabía la verdad. No había sido un accidente. Alguien había intentado matarlo.
Anna notó que algo andaba mal en cuanto entró en su habitación a la mañana siguiente. No era diferente. Su sonrisa habitual había desaparecido.
Su cuerpo estaba tenso. Tenía las manos apretadas en puños. «Concede», preguntó con cautela.
¿Qué pasa? Sus penetrantes ojos azules se clavaron en los de ella, llenos de una nueva intensidad. Recuerdo algo. A Anna se le encogió el estómago.
¿El accidente? Asintió con firmeza. No fue un accidente, Anna. Alguien manipuló mis frenos.
Y había un hombre, parado al lado de la carretera, observando cómo mi coche se estrellaba. Anna sintió escalofríos en la espalda. Todo lo que había sospechado, él lo acababa de confirmar.
Pero la pregunta persistía. ¿Quién? ¿Y por qué? Fly. Anna y Grant pasaron los siguientes días investigando a fondo, revisando los archivos de Grant, los registros de la empresa y cualquier cosa que pudiera indicar que alguien quería que se fuera.
Finalmente, lo encontraron. Una transferencia financiera, una gran suma de dinero enviada apenas unos días antes del accidente. ¿El destinatario? Un conocido delincuente con antecedentes de orquestar accidentes simulados.
¿Y el remitente? Nathan Carter, el medio hermano de Grant. La comprensión lo golpeó como un rayo. Era él, susurró Grant, agarrándose al borde de la mesa.
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