La cajera revisó de nuevo la pantalla, y luego leyó en voz baja:
—Nota en el registro: “Pago por mi tía —la única persona que me amó sin condiciones.”
—Remitente: Diego Hernández.
Me quedé sin aliento. Por un instante, las rodillas me temblaron tanto que tuve que sostenerme del mostrador para no caer.
No me había olvidado.
Había pagado la deuda.
En silencio… tal como se había ido.
Las lágrimas me rodaron por las mejillas allí mismo, en el banco. No eran de enojo, sino porque este corazón viejo al fin entendía: no es que ese niño huérfano me hubiera abandonado… sino que estaba buscando la manera de regresar, a su propia manera.