A veces, el gesto más pequeño puede cambiarlo todo. Para mí, no fue la factura en sí, sino la nota garabateada en el reverso. Lo que empezó como una cena normal se convirtió en una historia que jamás olvidaré.
Una cita que parecía normal
La noche empezó bastante bien. Mi cita se presentó como Deacon y nos encontramos en un restaurante que dijo que le gustaba. La conversación fluyó, aunque noté que hablaba más de sí mismo que de cualquier otra cosa. Aun así, lo descarté como nervios.
Cuando llegó la cuenta, la camarera lo miró y dijo en voz baja: «Señor, su tarjeta fue rechazada». Se puso pálido. Esperaba sentirme avergonzado, pero antes de que pudiera reaccionar, me puso el recibo en la mano y susurró: «Mentí».
Afuera, me preguntó si estaba bien. Sonreí, me disculpé y volví a entrar a toda prisa. El corazón me latía con fuerza al abrir el recibo. Dos palabras estaban garabateadas con letra apresurada: « Ten cuidado».
La advertencia de la camarera
Encontré a la camarera cerca de la barra. Abrió los ojos de par en par al verme con el papelito en la mano. “¿No lo conoces bien?”, preguntó.
Explicó que solía llevar mujeres allí, siempre con el mismo comportamiento: fingiendo falta de dinero para que alguien más pagara. Una mujer incluso lo dejó quedarse en su casa, solo para descubrir que sus pertenencias habían desaparecido.
—No sabía de qué otra manera advertirte —dijo en voz baja.
Agradecida, le di las gracias y regresé afuera, donde mi cita navegaba por su teléfono como si nada hubiera pasado.
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