Estudiante vierte café sobre su nuevo compañero negro, sin saber que es campeón de taekwondo…

La cafetería de la preparatoria Lincoln de Chicago bullía de charlas mientras los estudiantes se agolpaban para disfrutar de sus bebidas y bagels matutinos. Entre ellos estaba Marcus Johnson, un joven de dieciséis años recién llegado de Atlanta. Marcus era alto, delgado y se comportaba con una confianza serena. Se había mudado con su tía después de que su madre aceptara un exigente trabajo de enfermería que la obligaba a viajar por todo el país. Si bien Marcus tenía experiencia en cambiar de escuela, sabía muy bien que ser el “nuevo” a menudo significaba atraer la atención equivocada.

Con un cartón de leche y un pequeño sándwich de desayuno sobre su bandeja, Marcus se dirigía a través de la bulliciosa cafetería cuando una voz interrumpió el ruido.

—Vaya, vaya, miren quién llegó: el nuevo —dijo Tyler Brooks con desdén, un conocido alborotador conocido por atormentar a cualquiera que no encajara en su idea de “genial”. Acompañado por dos amigos, Tyler se dirigió hacia Marcus con una taza de café humeante en la mano.

Marcus siguió caminando, optando por no involucrarse. Pero Tyler no era de los que se dejaban ignorar. Cuando Marcus llegó a una mesa cercana, Tyler se interpuso frente a él, bloqueándole el paso.

“¿Crees que puedes entrar aquí como si fueras el dueño? No, tío. Nosotros mandamos”, se burló Tyler, mientras sus amigos se reían entre dientes.

Los tranquilos ojos marrones de Marcus se encontraron con los de Tyler, pero no dijo ni una palabra. Ese silencio solo enfureció aún más a Tyler. Entonces, en un instante destinado a avergonzarlo, Tyler volcó la taza de café y la derramó sobre la camisa de Marcus.

La sala se quedó en silencio por un momento. Se oyeron jadeos. Los estudiantes se quedaron mirando, sin saber si reír o apartar la mirada. El líquido caliente empapó la ropa de Marcus y goteó al suelo.

“Bienvenido a Lincoln High, novato”, dijo Tyler con una sonrisa, tirando el vaso vacío a un lado.

Marcus apretó los puños, sintiendo el ardor en el pecho. Todos sus instintos le gritaban que tomara represalias, pero años de disciplina lo frenaron. Ocho años de entrenamiento de taekwondo le habían enseñado más que solo a pelear. Era cinturón negro, campeón regional. Y, sobre todo, su entrenador le había inculcado una lección: el taekwondo es para la autodefensa, nunca para la re:venganza.

Respiró profundamente, se limpió la pechera de la camisa y se alejó, en silencio, pero ardiendo por dentro.

 

 

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