Cuando las enfermeras trajeron a los gemelos a la habitación, Laura y Ricardo se quedaron paralizados. Los bebés tenían una marca de nacimiento idéntica en el hombro… una marca que conocían muy bien.
Laura lo miró fijamente y, entre lágrimas, gritó:
—¡Esa marca… Ricardo! ¿Cómo pudiste? ¿Tuviste algo con mi madre?
Ricardo, confundido, negó rotundamente. También se había quedado helado por la similitud, pero no entendía lo que estaba pasando. No era el padre. Lo juraba.
En ese momento, Ana despertó con el rostro pálido, notando la tensión en la habitación.
—¿Qué sucede? —preguntó débilmente.
—¿Qué sucede? ¡Todo! —gritó Laura entre sollozos—. Te apoyé en todo. ¡Y ahora esto! ¡Mi esposo! ¡Tus hijos!
La revelación que lo cambió todo
Ana respiró hondo. Sabía que era el momento de contar toda la verdad:
—El padre no es Ricardo… es su padre, Alberto.
La habitación se quedó en silencio. Ana explicó que, meses atrás, durante una reunión familiar en la finca de Alberto, habían compartido unas copas… y también una noche que cambió su vida.
—Debí haber hablado antes. Lo siento mucho —dijo entre lágrimas.
Un nuevo comienzo
⏬️⏬️ continúa en la página siguiente ⏬️⏬️