EL BEBÉ DEJÓ DE RESPIRAR Y SOLO LA NIÑERA DESCUBRIÓ LA VERDAD… HASTA QUE FUE TARDE…

Bajo el sol radiante que bañaba la mansión, la terraza bullía de vida. Risas, copas caras chocando y conversaciones animadas llenaban el aire, pero en medio de aquel lujo, el pequeño Nicolás, de apenas un año y medio, jugaba sobre una alfombra persa junto a Lucía, su niñera. Ella era una mujer sencilla, vestida con un uniforme azul, cuya mirada cansada no lograba ocultar la inmensidad de su corazón.

Bastaron unos segundos para que la fiesta se detuviera. El niño se metió un trozo de galleta en la boca y comenzó a toser. Primero fue un sonido bajo, casi imperceptible, pero pronto se convirtió en una tos ahogada y violenta. Su pequeño rostro empezó a cambiar de color, y el pánico se apoderó del lugar.

Lucía soltó todo y corrió hacia él. “¡Por favor, respira, mi amor. Respira!”, gritaba con el corazón queriendo salírsele del pecho. Los invitados se quedaron inmóviles. Eduardo, el millonario padre del niño, estaba paralizado por el miedo, mientras que su prometida, Camila, observaba la escena con una extraña calma bajo una máscara de falsa preocupación.

Lucía levantó al niño, le dio palmadas en la espalda, intentó todo lo que sabía. “¡Se atragantó!”, gritó alguien entre la multitud. Pero el tiempo pasaba y Nicolás no reaccionaba. El silencio era de hielo. Cuando el médico de la familia se abrió paso, todos pensaron que el susto pasaría pronto. Sin embargo, Lucía, con los ojos llenos de lágrimas, notó algo que los demás no vieron. “Esto no es solo un atragantamiento. Hay algo más”, murmuró para sí misma. Un escalofrío recorrió su espalda al recordar un caso idéntico que había presenciado años atrás. Y aquella vez no había sido un accidente, sino veneno. El peligro no estaba en la galleta, sino dentro de esa misma casa.

 

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