El hijo rico empujó a su madre paralizada por un acantilado, pero se olvidó de su fiel perro y el final.

—Todo fue un accidente… —murmuró, aunque nadie se lo había preguntado todavía.

El sonido de la sirena se acercaba más y más, y las ondas del mar seguían golpeando el sitio donde había caído su madre.

Los agentes de la Guardia Civil llegaron en pocos minutos. Tras escuchar el relato de la pareja, se dirigieron inmediatamente hacia Alberto.

—¿Es usted el hijo de la mujer que ha caído? —preguntó el sargento.

Alberto sintió que sus piernas flaqueaban.
—Yo… sí… pero… fue un accidente. La silla se movió sola.

El sargento observó la posición de la silla, demasiado lejos del coche y demasiado cerca del borde.
—¿Su madre podía mover los brazos o las piernas? Necesitamos entender cómo ocurrió.

Bruno comenzó a ladrar otra vez, acercándose y alejándose del sargento, como intentando arrastrarlo hacia el borde.

Uno de los agentes se acercó al perro.
—Parece estar señalando algo. Los perros suelen reaccionar cuando ven un accidente.

La llegada de un equipo de rescate añadió tensión. Mientras preparaban el descenso con cuerdas, Alberto intentó mantener la calma. Pero todo se complicó cuando uno de los excursionistas mencionó, sin mala intención:

—Nos dijo que su madre iba caminando por el sendero… pero luego vimos la silla junto al borde…

El sargento levantó la mirada hacia Alberto.
—¿Qué quiso decir exactamente con eso?

Alberto se quedó mudo. La contradicción era obvia.

Media hora después, los rescatistas informaron que habían encontrado el cuerpo sin vida de Doña Elena. A la vez, en la carretera cercana, una cámara de tráfico había captado parcialmente el coche detenido en el mirador a la hora estimada de la caída.

El sargento se acercó a Alberto.

 

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