Sus ojos se posaron en el rostro de los pequeños. Dormían tranquilos, más serenos que nunca. No había miedo ni incomodidad, solo una paz absoluta. Y en el rostro de la mujer, lo que vio no fue descuido, sino un agotamiento profundo… el de alguien que había dado todo por cuidar.
Ethan retrocedió un paso, indeciso. Finalmente, subió las escaleras en silencio. Esa imagen lo acompañó toda la noche.
Al amanecer, tomó el teléfono y llamó a la jefa de servicio.
—¿Quién era ella? —preguntó con voz tensa—. ¿Por qué la mujer de limpieza estaba con mis hijos?
Hubo un silencio al otro lado.
—Señor Whitmore… Ella es Lucía Álvarez. La niñera se enfermó anoche y la señora Álvarez se ofreció a cuidar a los bebés hasta que regresáramos del hospital. No quiso despertarlo.
Ethan permaneció mudo. Colgó lentamente. Luego bajó las escaleras.
Lucía estaba en la cocina, preparando biberones con movimientos torpes. Había ojeras bajo sus ojos, pero una sonrisa leve al escuchar las risas de los gemelos. Cuando lo vio, palideció.
—Señor Whitmore… yo… lo siento muchísimo. No quise—
Él la interrumpió con un gesto.
—No te disculpes.
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