Carmen, desaparecida. Mi vida se desmoronaba ante mis ojos y no sabía cómo volver a juntar los pedazos. ¿Y ahora qué? Pregunté mirando por la ventanilla mientras los árboles pasaban velozmente. Vamos a la jefatura. Tiene que dar su declaración oficial. Luego esperaremos noticias de la guardia costera. Encontrarán el yate, Elena.
encontrarán a su hija. Asentí incapaz de decir una palabra. Quería creerle. Quería creer que pronto volvería a ver a Carmen, pero el miedo por ella apretaba mi pecho con garras de hielo. Y si el plan B ya estaba en marcha. ¿Y si se la llevaron a un lugar del que nunca podremos traerla de vuelta? En la comisaría respondí mecánicamente a las preguntas del inspector, firmé documentos, acepté el café que me ofrecieron. Todo era niebla. No podía pensar en otra cosa que en Carmen.
¿Dónde está? ¿Qué le están haciendo? ¿Sabe que su padre está muerto. Horas después, García entró al despacho donde rendía mi declaración. Su rostro lo decía todo. Había noticias. ¿La encontraron? Pregunté poniéndome de pie de golpe. Encontraron el yate, dijo la guardia costera. Lo localizó a 20 km de la costa, pero no había nadie a bordo.
¿Cómo que nadie? Carmen debía estar allí. Esos hombres Raúl estaba vacío. No había rastro de su hija ni de nadie más. Solo una nota. ¿Qué nota? García sacó de su bolsillo una bolsa plástica con una hoja de papel doblada dentro. Nuestros peritos ya la revisaron. Las huellas dactilares pertenecen a un tal Raúl Díaz con antecedentes por secuestro y extorsión. Era uno de los guardaespaldas de su esposo.
Desplegó la nota para que pudiera leerla a través del plástico. Plan B. activado. Carga trasladada esperando nuevas instrucciones en punto C. Carga, repetí sintiendo que la náusea me subía por la garganta. Están llamando a mi hija carga. Es herga habitual en este tipo de operaciones. Carga significa el objetivo del secuestro. Punto C.
Probablemente sea un lugar de encuentro previamente acordado. ¿Dónde está ese punto? ¿Qué es ese lugar? No lo sabemos, pero lo estamos investigando. Estamos revisando todas las conexiones de su esposo, sus contactos, los lugares que solía frecuentar. Si hay un patrón, lo encontraremos. Pero podría tomar días, incluso semanas.
¿Y qué pasará con Carmen mientras tanto? ¿Qué le harán? Mientras le sirva como reen, no le harán daño. Esperan instrucciones de su esposo. Instrucciones que nunca llegarán porque está muerto. Eso nos da una ventaja, tiempo o todo lo contrario. Dije con voz amarga. Cuando se den cuenta de que Miguel no responderá, pueden entrar en pánico, hacer algo impulsivo. Podrían deshacerse de ella.
García me miró con seriedad y compasión. Entiendo su miedo, pero estos hombres son profesionales, no actúan por impulso. Van a esperar. Y tenemos una carta que ellos desconocen. ¿Cuál? El teléfono de su esposo. Podemos usarlo para contactar a los secuestradores, hacernos pasar por él, organizar una entrega de dinero y cuando se presenten los atrapamos. Me quedé pensativa.
Sonaba arriesgado, pero era mejor que no hacer nada. Y cree que funcionará. ¿Qué no sospecharán? Seremos cuidadosos. Solo mensajes, nada de llamadas. Si han visto las noticias sobre su muerte, podemos decir que fue una táctica para despistar a la policía. Podría funcionar. Y si no funciona, si sospechan algo, entonces pondremos en marcha el plan B. Seguiremos buscándolos por otros medios.
Revisaremos todos los escondites conocidos, todos los contactos. Tarde o temprano los encontraremos. Tarde o temprano repetí en voz baja. ¿Y qué pasará con Carmen mientras tanto? García no respondió. No tenía una respuesta. Ambos sabíamos que el tiempo jugaba en contra. Cuanto más tiempo pasara Carmen en manos de esos hombres, menos probabilidades habría de encontrarla sana y salva.
Quiero participar en la operación”, dije con firmeza. Quiero saber cada paso, cada decisión, todo eso va contra el protocolo. Usted es una civil y es mi hija. Y si quiere que colabore, si quiere que les ayude en todo lo que pueda, entonces debe mantenerme informada. No es negociable. García me miró durante unos segundos, luego asintió.
De acuerdo, pero debe prometer que no se va a involucrar directamente. Nada de actuar por su cuenta, nada de contactar a los secuestradores sin que lo sepamos. ¿Está claro? Sí, lo prometo. En ese momento, alguien llamó a la puerta. Entró un joven oficial. Capitán, hay una llamada para usted. Dicen que es urgente.
García salió dejándome sola en el despacho. Me quedé mirando por la ventana a la ciudad al anochecer, las luces que se encendían, la gente que volvía a casa después del trabajo. Una vida normal, un atardecer cualquiera. Para todos, menos para mí. Para mí, este día se había convertido en una pesadilla sin salida. García regresó unos minutos después.
Su expresión lo decía todo. No eran buenas noticias. ¿Qué ha pasado? pregunté sintiendo como el miedo me apretaba el pecho. Recibimos información de algunos de nuestros informantes. Al parecer, su esposo tenía una deuda importante con ciertas personas, personas con las que es mejor no tener ningún trato y puede que esas personas estén involucradas en el secuestro de Carmen.
¿Qué clase de personas? una organización criminal dedicada al cobro de deudas y juegos de apuestas ilegales. Según nuestros datos, su marido les debía alrededor de 5 millones de euros, dinero que no tenía y se llevaron a Carmen como garantía hasta que él saldara la deuda. Es posible o puede ser parte de otro plan. Todavía estamos averiguando los detalles.
Me dejé caer en una silla sintiendo como me abandonaban las fuerzas. 5 millones. Yo no tengo esa cantidad ni cerca. No se trata de pagar un rescate, respondió García con rapidez. Nosotros no negociamos con criminales. Vamos a encontrar a su hija y la traeremos de vuelta sin acuerdos. Pero yo escuché la duda en su voz. Ni el mismo creía del todo en lo que decía.
Si Carmen estaba realmente en manos de una red criminal organizada, cada minuto que pasaba reducía las posibilidades de encontrarla sana y salva. ¿Qué puedo hacer? Pregunté con lágrimas que amenazaban con brotar. Dígame, ¿qué puedo hacer para recuperar a mi hija? García se sentó frente a mí. Su rostro se volvió serio, enfocado.
Ayúdenos a encontrar el punto se piense si su esposo tenía algún lugar especial, un sitio que fuera importante para él, tal vez algo relacionado con la letra C. Cerré los ojos buscando concentrarme. Un lugar con Cala Benirras, donde solíamos pasear. Cerro del Parque, ese rincón que Miguel arregló en el jardín trasero. Calderón, ¿a dónde solía llevarme con frecuencia? Y entonces lo recordé. Cuenca.
Solíamos ir allí de vacaciones. Teníamos una casita de verano. A Miguel le encantaba ese lugar. Decía que allí su alma descansaba. ¿Hace cuánto no van? Hace un par de años. Miguel decía que la casa necesitaba reformas, que no valía la pena invertir en una zona tan remota. Pensé que tal vez la había vendido, pero no estoy segura. ¿Recuerda la dirección? Sí.
Aldea Sierra de Cuenca, calle Pino número siete. Está a una hora de la ciudad más o menos. García tomó el teléfono y comenzó a dar órdenes. Lo escuché organizar la operación, pedir un equipo de intervención, solicitar información sobre la casa y sus alrededores y recé. Recé para que mi corazonada fuera correcta, para que Carmen estuviera allí, para que estuviera bien.
Cuando terminó la llamada, se volvió hacia mí. Salimos de inmediato. El equipo de intervención estará allí en una hora. Rodearán la propiedad, harán reconocimiento y si Carmen está dentro, la sacaremos. Usted se quedará aquí bajo protección. Yo la mantendré informada. No, dije con firmeza. Voy con ustedes. Eso no es posible.
Es una operación policial, no una visita familiar. Podría ser peligroso. No les pido participar en el asalto. Solo quiero estar cerca, esperar en el coche si hace falta, pero tengo que estar allí cuando encuentren a mi hija. Necesito verla, saber que está bien. García quiso objetar, pero al ver mi determinación se dio.
De acuerdo, pero estará a distancia segura bajo la vigilancia de mis agentes y no intervendrá en nada. Lo promete, lo prometo. Salimos 20 minutos después. Yo iba en el asiento trasero de un coche policial mientras García iba delante al lado del conductor. Detrás nos seguían varios vehículos con agentes vestidos de civil. El equipo de intervención debía llegar antes que nosotros para preparar la operación. El camino se me hizo eterno.
Cada minuto parecía durar horas. Miraba por la ventana, al bosque que se oscurecía a ambos lados de la carretera y no podía dejar de pensar en lo que nos esperaba. ¿Encontraríamos a Carmen o sería otra decepción más? Otro callejón sin salida. García estuvo todo el trayecto en contacto con el centro de operaciones.
De vez en cuando me informaba, “El equipo ya está en el lugar. Están haciendo un reconocimiento, recopilando información. Finalmente nos desviamos de la carretera principal hacia un sendero angosto entre los árboles. Tras unos kilómetros más, llegamos a un claro donde ya había varios coches sin distintivos policiales.
“Espere aquí”, dijo García al bajarse del coche. Regreso en unos minutos. Lo vi acercarse a un grupo reunido junto a uno de los vehículos inclinados sobre algo. Un mapa dede. Estaban planificando la intervención. Yo seguía observándolos desde el coche sin poder apartar la vista. Hablaban, señalaban el mapa, asentían. Luego García se separó del grupo y volvió hacia mí.
La casa está bajo vigilancia”, dijo al sentarse a mi lado. “Nuestros hombres han visto movimiento dentro, al menos tres hombres y posiblemente una mujer o una chica, pero es difícil asegurarlo. Las ventanas están cubiertas.” “Debe ser Carmen”, dije aferrándome a la esperanza. Tiene que ser ella. Eso esperamos. Ahora el equipo está tomando posiciones alrededor de la casa.
En cuanto estén listos, iniciaremos la operación. ¿Cómo lo harán? Primero intentaremos establecer contacto. Les pediremos que se entreguen pacíficamente. Si se niegan, tendremos que intervenir por la fuerza, pero seremos extremadamente cautelosos. Puede haber una reen dentro. Asentí con el corazón golpeando con fuerza en el pecho.
Los minutos se alargaban como si el tiempo se hubiera detenido. García recibía mensajes por la radio, respondía con frases cortas, daba órdenes. Finalmente se volvió hacia mí. Ya están listos. Van a empezar. Contuve el aliento mirando en dirección a la casa, aunque desde nuestra posición no se alcanzaba a ver.
De pronto, en la quietud del bosque nocturno, resonó una voz amplificada por un megáfono. Atención, habla la policía. La casa está rodeada. Salgan con las manos en alto. Esta es su única oportunidad. Silencio. Ninguna respuesta, ningún movimiento. Repito, la casa está rodeada. Salgan con las manos en alto o entraremos por la fuerza. Otra vez silencio. García dijo algo por la radio, escuchó la respuesta y luego me miró.
No responden. Iniciamos la operación. Asentí sin poder hablar. En el instante siguiente, la calma de la noche se rompió con disparos. Uno, dos, una ráfaga completa. Después, gritos, pasos, más disparos. ¿Qué está pasando? Pregunté con el alma encogida. Están resistiendo, respondió García con el rostro sombrío. Han abierto fuego contra los nuestros.
Y Carmen, ¿qué pasa con Carmen? No lo sé. Estamos esperando noticias. El tiroteo duró unos minutos más y luego cesó. García escuchaba con atención la radio. Su rostro era puro enfoque y tensión. “La casa está despejada”, dijo finalmente. Dos delincuentes muertos, uno capturado. “Están buscando a los rehenes.” Contuve el aliento esperando noticias.
Cada segundo parecía una eternidad. Por fin la radio de García cobró vida. Hemos encontrado a una chica en el interior”, dijo una voz. Está inconsciente, pero viva. Parece que fue sedada. Pedimos asistencia médica. ¿Es ella? Pregunté con la voz temblorosa, sintiendo como las lágrimas llenaban mis ojos. Es Carmen.
Ahora lo sabremos, respondió García hablando por radio. Describan a la chica. Aparentemente 18 o 19 años, cabello oscuro, estatura media. Lleva vaqueros y una blusa azul celeste. No presenta lesiones visibles. Es ella, exclamé. Es Carmen. Está bien. Parece que sí. Asintió García. La ambulancia ya está en camino.
La llevarán al hospital para examinarla. Quiero verla. Ahora mismo, por supuesto. Vamos. Salimos del coche y caminamos a paso rápido hacia la casa. En el camino nos cruzamos con varios agentes que escoltaban a un hombre esposado, uno de los secuestradores, que había sobrevivido al asalto. Le lancé una mirada cargada de odio y seguí adelante.
La casa era pequeña, de una sola planta, con una terraza que daba a las montañas. Recordé las veces que veníamos aquí con Miguel los fines de semana. Carmen, aún pequeña, corría por el jardín recogiendo flores. Entonces, ese lugar estaba lleno de recuerdos felices. Ahora era escenario de una pesadilla.
Dentro el caos reinaba, muebles volcados, cristales rotos, marcas de balas en las paredes. En el salón, Carmen yacía en un sofá. Un sanitario del equipo táctico se inclinaba sobre ella, revisando sus signos vitales. “¡Carmmen!”, grité, arrodillándome junto al sofá. Estaba pálida, pero respiraba con normalidad. El médico se apartó para dejarme estar a su lado.
“Está bien”, dijo. “Solo ha sido un sedante. Pronto despertará.” Le acariciaba el pelo, las mejillas, susurrando su nombre. Las lágrimas caían por mi rostro, pero esta vez eran de alivio. Mi hija estaba viva. Estaba a salvo. García observaba la escena en silencio con una expresión de satisfacción sincera.
La ambulancia llega en 10 minutos. Las llevaremos a ambas al hospital. Gracias, dije sin apartar la vista del rostro de mi hija. Gracias por todo. Solo cumplo con mi deber. respondió. Además, la operación aún no ha terminado. Tenemos que interrogar al secuestrador que sobrevivió, descubrir todos los detalles, averiguar quién estaba detrás de todo esto.
Yo sé quién fue mi esposo, el hombre en quien confié durante 20 años. García no dijo nada. Sabía que no había palabras para consolar un dolor así. La traición de la persona más cercana es una herida que no cicatriza fácilmente si es que alguna vez lo hace. Poco después llegó la ambulancia. Los médicos colocaron a Carmen con cuidado en una camilla y la subieron al vehículo.
Me senté a su lado sujetándole la mano. Durante el trayecto al hospital empezó a recobrar la conciencia. Sus párpados temblaron y luego se abrieron lentamente. Mamá. Su voz era débil, pero para mí fue el sonido más hermoso del mundo. Estoy aquí, mi amor. Todo está bien. Estás a salvo.
¿Qué pasó? ¿Dónde está papá? Me quedé en silencio, sin saber qué decirle. ¿Cómo decirle que su padre estaba muerto? que la había usado como una pieza más en su juego. Después susurré, “Hablaremos de todo más adelante. Ahora necesitas descansar.” Ella asintió levemente y volvió a cerrar los ojos.
El efecto del sedante aún no había pasado del todo y cayó otra vez en un sueño profundo. En el hospital examinaron a Carmen con todo detalle, análisis de sangre, pruebas médicas, control de signos vitales. Los médicos me aseguraron que estaba bien, que el sedante había sido fuerte, pero no peligroso y que en unas horas recuperaría completamente la conciencia. Me senté a su lado tomándole la mano, observando cómo dormía.
Los pensamientos no me dejaban en paz. ¿Qué le diría cuando despertara? ¿Cómo explicarle que su padre había muerto? ¿Qué había intentado matarme? ¿Qué la había usado en sus propios planes? García apareció por la habitación cerca de la medianoche. Se le notaba cansado, pero con el semblante de quien ha cumplido su deber.
¿Cómo está? preguntó en voz baja, señalando a Carmen dormida con un leve gesto de cabeza. Los médicos dicen que está bien. Mañana le darán el alta. Buenas noticias. Yo también tengo novedades. Interrogamos al secuestrador. Ha hablado. ¿Qué contó? Su esposo realmente tenía una deuda importante con una organización criminal.
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