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Salí para casa de mi madre con una maleta y un cactus. Abrí el cajón de su escritorio. Dentro encontré:
Una póliza de seguro de vida cuantiosa que me nombra beneficiario. Cláusula: «Si el estado civil cambia en un plazo de veinticuatro meses, el contrato quedará sin efecto». Fecha de firma: 23 de septiembre, dos años antes.
Un recibo de la sala de hematología por quimioterapia.
Una fotografía antigua: yo con un chico en la puerta de la Universidad de Delhi, con el casco en la mano y una amplia sonrisa. Rohan, mi primer amor. Creí que había muerto en un accidente en una noche lluviosa.
En el reverso había escrito: “Rohan, las lluvias siempre llegan temprano en esta temporada”.
A su lado, un trozo de papel: “Lo siento. – V.” (Vikram, mi marido).
Busqué a Aarav. Me dio una carta de Vikram. Dentro: los archivos del seguro y las facturas del hospital. Aarav explicó:
—Vikram tenía linfoma. Lo ocultó para que la póliza entrara en vigor. Firmada el 23 de septiembre.
Entonces me miró a los ojos:
—Y… Rohan no murió. Esa noche, el coche de Vikram frenó y chocó contra la moto de Rohan. Su rostro quedó desfigurado. No soportaba que lo vieras. Desapareció. Le prometió a Vikram: te dejaría casarte, te protegería, pero jamás te tocaría.
Me quedé conmocionado. Aarav se quitó las gafas, dejando al descubierto una leve cicatriz. Susurró:
—Soy Rohan. Adopté el nombre de Aarav. Durante quince años estuve cerca de ti, solo que bajo otra identidad.
…
Cuando me enfrenté a Vikram, él asintió:
—Cumplí la promesa que le hice a Rohan. Nunca te toqué. Solo esperé a que el seguro asegurara tu futuro.
Me entregó su formulario de donación de órganos. Nombre del donante: Vikram Sharma.
Para el 23 de septiembre, Vikram yacía frágil en el hospital. Me dio los papeles del divorcio firmados:
—Firmalos si lo deseas.
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