“Justo cuando el helicóptero despegaba de la costa, mi esposo susurró de repente: ‘Adiós, amor… y gracias por el dinero del seguro’. Un fuerte empujón me lanzó —a mí, su esposa embarazada— fuera de la nave hacia el mar. Él pensó que había borrado todo rastro. Pero cuando regresó al hotel, la habitación oscura se iluminó de repente con una grabación familiar: ‘¿De verdad creíste que no guardé una copia de tu plan?’. En ese momento, su sonrisa triunfal se desvaneció cuando entré con la policía detrás de mí…”
El rugido de las aspas del helicóptero retumbaba en el pecho de Amelia Carter mientras miraba hacia la extensión azul del Mediterráneo. Estaba embarazada de seis meses, agotada y extrañamente inquieta. Su esposo, Daniel Carter, un refinado consultor de inversiones conocido por su temperamento tranquilo, estaba sentado a su lado con una sonrisa fija e indescifrable. Habían venido a Santorini para lo que ella pensaba que era una última “luna de miel antes del bebé”, pero la tensión en la mandíbula de él nunca había disminuido.
Justo cuando Amelia se inclinaba hacia adelante para ajustar sus auriculares, Daniel se acercó, con su aliento inquietantemente tranquilo contra su oído.
—Adiós, amor… y gracias por el dinero del seguro.
Antes de que su mente pudiera procesar la frase, sus manos la empujaron con fuerza. La puerta del helicóptero se abrió, el viento se tragó su grito y ella cayó, precipitándose violentamente en el mar frío. Por un momento, no sintió nada más que conmoción y la aplastante comprensión de que el hombre en quien confiaba acababa de intentar eliminarla.
Pero Daniel había calculado mal.
Amelia se había enterado hace meses de su aventura, de las deudas ocultas y de la sospechosa “póliza de seguro de accidentes” que él insistió en que ella firmara. Ella había sospechado que él podría hacer algo imprudente, así que antes de subir al helicóptero, había enviado una copia de seguridad de su confesión grabada a su amiga Elena, una periodista local en quien confiaba profundamente. También había notificado a la Interpol sobre sus preocupaciones, dándoles la información del hotel, el horario del helicóptero e incluso los archivos financieros de Daniel.
Amelia sobrevivió a la caída gracias a un barco turístico que pasaba, cuya tripulación sacó su cuerpo inconsciente del agua en cuestión de minutos. Mientras la llevaban de urgencia a una clínica, insistió en que la policía la llevara directamente al hotel después; quería que Daniel la viera con vida.
Así que, cuando Daniel regresó con aires de suficiencia a su suite de lujo, ensayando cualquier mentira que planeaba decir a las autoridades, la habitación cobró vida de repente. La pantalla de televisión iluminó el espacio oscuro, reproduciendo su propia voz grabada: “Tan pronto como se apruebe la póliza, ella desaparece”.