La mañana en el Juzgado de Familia de Madrid estaba cargada de tensión. Afuera, periodistas esperaban ansiosos, convencidos de que aquel juicio entre un empresario famoso y su esposa embarazada revelaría algo más que una simple separación. Entre el bullicio, Elena Márquez, de 32 años y con siete meses de embarazo, subió los escalones con pasos temblorosos. Su vestido premamá azul claro apenas disimulaba el temblor de sus manos. Allí estaba para solicitar medidas de protección contra su esposo, Javier Salvatierra, uno de los emprendedores tecnológicos más influyentes del país.
Un coche negro se detuvo frente al juzgado. Javier bajó con la seguridad arrogante de un hombre acostumbrado a dominar titulares. A su lado caminaba Lucía Delacroix, su amante, vistiendo un traje blanco impecable y una sonrisa que provocó murmullos entre la gente. Parecían una pareja de alfombra roja, completamente ajenos al sufrimiento de Elena.
Dentro de la sala, el juez Santiago Herrera presidió la vista con gesto serio. Al observar por primera vez a Elena, sintió una extraña punzada de familiaridad, aunque no entendió por qué. La abogada de Elena presentó pruebas de control económico, aislamiento social y amenazas veladas. Elena habló con voz temblorosa, una mano siempre apoyada sobre su vientre.
La defensa de Javier intentó desacreditarla, alegando “inestabilidad emocional propia del embarazo”. Lucía rodó los ojos cada vez que mencionaban a Elena y susurró comentarios despectivos que incluso incomodaron al abogado de Javier.
La tensión estalló cuando se mencionó la infidelidad sostenida entre Javier y Lucía. De repente, Lucía se levantó, furiosa.
—¡Está mintiendo! —gritó.
El juez golpeó la mesa. —¡Silencio en la sala!
Pero Lucía, cegada por la rabia, se lanzó hacia Elena y le propinó una brutal patada en el abdomen. Un grito desgarrador llenó la sala. Elena cayó al suelo, doblada de dolor, mientras un líquido oscuro manchaba el mármol. El caos estalló: gritos, cámaras, funcionarios tratando de sujetar a Lucía.
—¡Ambulancia, ya! —ordenó el juez Herrera, pálido.
Mientras los sanitarios se llevaban a Elena, algo en su interior se rompió. No solo el miedo: también un desconcierto profundo. Porque en medio del pánico, el juez Herrera observó su collar… y sintió que lo había visto antes.
Aquella noche, mientras Elena luchaba por mantener la vida de su bebé, recibiría un mensaje anónimo que cambiaría el rumbo de todo:
“Si eres Elena Márquez… creo que soy tu padre.”
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