En su lugar, el sonido agudo de un vidrio estrellándose lo dejó helado.
Luego —un sollozo. Agudo. Desesperado.
El pecho de Richard se apretó. Corrió hacia la cocina, cada paso más pesado que el anterior.
La escena frente a él no tenía nada que ver con la imagen que había imaginado.
Emily estaba sentada en el suelo de baldosas, con leche escurriéndose por su cabello, empapando su vestido y formando un charco a sus pies. En sus brazos temblorosos sostenía a Alex, tratando de protegerlo.
Encima de ella estaba Vanessa, sosteniendo la jarra vacía como un arma, con el rostro torcido por la ira.
—Por favor, mamá, lo siento —susurró Emily con voz rota.
Richard se quedó paralizado. Su maletín cayó de su mano al suelo con un golpe sordo. La escena le desgarró el alma. Su pequeña no estaba siendo descuidada: estaba aterrorizada. Y era evidente que no era la primera vez.
—¡BASTA! —rugió, su voz retumbando en las paredes.
Vanessa se dio vuelta, forzando una sonrisa como si fuera una máscara.
—Richard… volviste temprano… yo solo—
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