Tres días después de regresar a Lucknow, Anita me envió un sobre marrón. Dentro había documentos de divorcio, con el sello del tribunal local. En ellos escribió claramente la razón:
“Fui maltratada mentalmente por mi esposo y su familia. Me trataron como a una sirvienta, sin respeto por mi dignidad.”
Mis manos temblaban mientras sostenía los papeles. En el fondo, aún tenía la esperanza de que regresara. Pero Anita ya había tomado una decisión.
Mi madre, Sharda Devi, se enfureció al saberlo:
– “¿Cómo se atreve? ¡Una mujer divorciada es una vergüenza para su familia! ¡Déjala! ¡Volverá arrastrándose!”
Pero a diferencia de ella, yo no estaba enojado. Estaba lleno de miedo. Si nos divorciamos, perderé la custodia de mi hijo. Según la ley india, los niños menores de 3 años deben quedarse con la madre.
Presión familiar y pública
La noticia se esparció rápidamente entre la familia en Jaipur. Algunos me culparon:
– “Raj, fuiste un tonto. Tu esposa acaba de dar a luz y tú la obligaste a dormir en el almacén. ¿No es eso crueldad?”
Otros decían:
– “Todo el pueblo lo sabe. La familia Kapoor es famosa por tratar mal a las nueras. ¿Quién querrá casarse con tu familia en el futuro?”
Me agarré la cabeza, sin atrevimiento para responder. Cada palabra de crítica me atravesaba como un cuchillo.
El dolor de perder a un hijo
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