Emma lo estudió por un momento. Este no era el hombre defensivo con el que había discutido semanas atrás. Este era un padre que finalmente entendía el peso de sus decisiones. —Si haces esto por ella —dijo—, entonces es un comienzo.

Cuando Daniel se fue, Emma cerró la puerta suavemente, no con resentimiento sino con cautelosa esperanza. Tal vez las personas podían cambiar; no de la noche a la mañana, sino lenta y deliberadamente. Y tal vez esta crisis los había empujado a todos hacia un tipo de ajuste de cuentas que se había retrasado mucho.

Emma miró hacia la habitación de Lily, observando el suave resplandor de su lámpara de noche derramarse en el pasillo. Estaban sanando: una elección, una conversación, un día a la vez.

Para cuando llegó la primavera, la investigación había llegado a su etapa final. El profesional sin licencia que había tratado a Lily enfrentaba cargos oficiales por practicar odontología sin certificación y por poner en peligro a menores. Mientras tanto, el caso de Daniel concluyó con cursos educativos obligatorios, supervisión probatoria y el requisito de notificar a Emma antes de tomar cualquier decisión médica para Lily.

Para alivio de Emma, el tribunal reconoció una verdad crucial: ella había actuado con rapidez, responsabilidad y con el bienestar de Lily como su máxima prioridad.

A medida que la vida volvía a un ritmo más suave, surgieron nuevas rutinas. La encía de Lily sanó por completo y el Dr. Mitchell declaró con orgullo que estaba libre de infección. En lugar de miedo, Lily ahora asociaba su clínica con seguridad y alivio, y comenzó a sonreír más a menudo, e incluso a reír plenamente de nuevo.

Un sábado por la mañana, Emma y Lily visitaron una playa cercana, algo que no habían hecho desde que comenzó la terrible experiencia. Lily se quitó los zapatos y corrió hacia la orilla, el viento revolviéndole el cabello como solía hacerlo. Emma la siguió lentamente, saboreando la simple vista de su hija despreocupada de nuevo. Se sentía como la señal final de que realmente estaban avanzando.

Más tarde, se sentaron en una manta comiendo sándwiches, viendo las olas llegar. Lily apoyó la cabeza en el hombro de Emma. —Mamá —dijo suavemente—, me siento mejor ahora. Como si… como si todo fuera normal otra vez.

Emma se apartó un mechón de pelo detrás de la oreja. —Eso es todo lo que siempre quise —respondió.

Un momento después, Lily preguntó: —¿Crees que papá todavía me ama?