Mi marido le compró un apartamento a su amante justo debajo del nuestro. Vivieron juntos cuatro años sin que yo lo supiera… hasta que un día todo salió a la luz.
El silencio invadió el pequeño apartamento. La señora bajó la cabeza; Rodrigo sudaba, incapaz de mirarme. En ese momento, supe que nuestro matrimonio había terminado. Una traición así es imperdonable.
Regresé a casa y cerré la puerta de golpe, como si cortara las últimas cadenas. Esa noche, no se atrevió a volver. El teléfono sonó sin parar, pero no contesté.
A la mañana siguiente, mientras recogía mis cosas, mi suegra, doña Carmen, apareció con expresión severa:
“¿De verdad quieres armar un escándalo? Todos los hombres tienen sus indiscreciones. Rodrigo te quiere, quiere a los niños. Compró ese apartamento solo para mantener la discreción. Si armas un escándalo, toda la familia quedará en ridículo”.
Sentí un nudo en la garganta y pregunté:
“¿Así que lo sabías desde el principio?”
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