Me llamo Miguel, hijo de una basurera.
Desde niño supe lo difícil que era nuestra vida.
Mientras otros niños jugaban con juguetes nuevos y comían comida rápida, yo esperaba las sobras de la carindería.

Cada día, mi madre se levantaba temprano.
Cargaba un gran saco y caminaba hacia el basurero del mercado, buscando allí nuestro sustento.
El calor, el mal olor, las heridas en sus manos por las espinas de pescado o los cartones mojados…
Pero nunca, nunca me avergoncé de ella.
Tenía seis años cuando me humillaron por primera vez.
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