Tenía solo 17 años cuando mi vida dio un giro inesperado.
Mientras otros pensaban en fiestas, planes para el futuro o primeros amores, yo aprendía una responsabilidad diferente. Estaba agarrada a dos manos pequeñas y llenas de esperanza, y todo cambió.
No todos lo entendían. Decían que era demasiado joven, que no estaba lista, que debía esperar. Pero lo que algunos vieron como un final… para mí, fue un nuevo comienzo.
Cada momento que compartimos —las noches cortas, las primeras sonrisas, los abrazos silenciosos— me hizo darme cuenta de que había encontrado mi misión. No necesito una etiqueta para amar. No necesito permiso para ser la mejor versión de mí misma.
continúa en la página siguiente