Una historia de redención, amor y nuevos comienzos en la mansión Lancaster

María observaba todo desde la cocina. Nunca imaginó que un niño callejero rompería la coraza del hombre más frío que había conocido.

James Lancaster no era cruel, pero sí distante. Había vivido demasiado tiempo entre contratos, inversiones, cenas silenciosas y habitaciones vacías.

Pero Leo… Leo lo estaba cambiando.

Y con cada gesto, con cada palabra que James le dirigía al niño, María pensaba en su propio hijo, que había perdido en un accidente hacía veinte años. Un hijo al que jamás pudo abrazar lo suficiente.

Ver a Leo correr por el jardín, con una cometa hecha con bolsas y alambre, le devolvía algo que ella pensó perdido: la esperanza.

Parte 4: La amenaza

Pero la felicidad, como el sol de invierno, a veces es breve.

Una tarde, mientras Leo dormía abrazado a un peluche viejo que María había rescatado del ático, llegó una carta.

Firmada por el hermano de James, el señor Alfred Lancaster, desde Londres.

“Me informaron que tienes un niño en la casa. ¿Qué clase de circo estás montando, James? Nuestra familia no puede permitirse escándalos. Ese niño no es uno de nosotros. No tiene apellido, no tiene historia. Haz lo correcto y devuélvelo a donde pertenece.”

James apretó la carta con fuerza. No la rompió. No era su estilo. Solo la colocó en la chimenea y la vio arder lentamente.

Por primera vez en años, sintió que tenía algo que defender.

Y lo haría.

Con todo.

Parte 5: El juicio social

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