Una niña llama al 911 susurrando: “¡Estoy en la escuela! ¡Me duele el estómago!”. Lo que la policía encontró te sorprenderá.

La llamada entró a las 10:27 de la mañana en la central del 911 de Zaragoza. La operadora, Elena Morales, escuchó un susurro tembloroso:
“Estoy en la escuela… me duele el estómago…”

Elena frunció el ceño. El tono no era el de una niña que necesitara un médico, sino el de alguien aterrorizado.
—¿Cómo te llamas? —preguntó con suavidad.
“Lucía… por favor, no hables fuerte…”

El ruido de fondo era extraño: no se escuchaban otros niños, ni profesores, ni pasos apresurados de pasillo. Solo un silencio áspero interrumpido por la respiración agitada de la niña.

Elena siguió el protocolo, pero adaptándolo a la situación:
—¿Estás sola? ¿Qué te duele exactamente?
“No puedo salir… no puedo… y él está aquí.”

Ese “él” hizo que Elena cambiara inmediatamente el nivel de alerta. Marcó en el sistema “posible riesgo inminente”, enviando una patrulla de la Policía Nacional al colegio público Santo Tomás.

Mientras hablaba, intentó mantener a la niña en línea.
—Lucía, necesito que me digas si ves a alguien ahora mismo.
Un largo silencio. Luego el susurro:
“Está en el pasillo… creo que me está buscando…”

El corazón de Elena se aceleró. Las escuelas suelen tener protocolos estrictos, pero nadie había informado de nada esa mañana. Ningún profesor, ningún padre, ningún compañero. ¿Por qué solo Lucía estaba consciente de un peligro?

La patrulla llegó en seis minutos. Los agentes, Javier Ruiz y Marta Aguilar, encontraron la entrada del colegio entreabierta. No había personal administrativo en recepción. Todo parecía detenido en un extraño vacío.
—“Central, estamos dentro. No vemos movimiento.”

Un golpe seco resonó en el segundo piso. La respiración de Lucía, en el teléfono, se volvió un sollozo contenido.
“Lo escuchaste, ¿verdad? Está más cerca…”

En ese momento, Javier levantó el puño indicando silencio absoluto. Otro ruido metálico vibró por el pasillo, como una taquilla golpeada. Y entonces, en la línea telefónica, Lucía dejó escapar un susurro que heló la sangre de todos:
“Acaba de entrar en el aula…”

La llamada se cortó.

Elena intentó reconectar la llamada de inmediato, pero la línea aparecía “sin señal”. En el colegio, Javier y Marta avanzaron por el pasillo principal, abriendo puertas lentamente, revisando cada aula. Todo estaba en un silencio anormal, como si algo hubiese obligado a todos a abandonar el edificio de manera apresurada.

Encontraron mochilas abiertas, cuadernos en los pupitres, incluso un almuerzo a medio comer. Pero ningún adulto y ningún niño. La sensación de abandono repentino era tan fuerte que ambos agentes intercambiaron miradas de preocupación.

Subieron al segundo piso, donde según la llamada debía estar Lucía. Al llegar, notaron que una de las puertas estaba bloqueada desde dentro. Javier intentó abrirla sin éxito.
—“Policía. Si hay alguien dentro, responda.”