Javier y Marta revisaron cada cubículo. Vacíos. Brillantes. Apenas usados.
Pero en el último cubículo encontraron algo: una pequeña pegatina azul pegada en la pared, de un dibujo infantil. La directora la reconoció enseguida.
—Es de Iván. Las cambia todo el tiempo… como amuletos.
—Entonces estuvo aquí —confirmó Javier— ¿Pero dónde está ahora?
Un ruido leve resonó desde los vestuarios contiguos, como un pequeño golpecito… o un susurro.
Los agentes se tensaron.
—¿Iván? —insistió Marta.
Esta vez, una voz respondió… pero no era la de un niño asustado. Era un murmullo extraño, como si alguien imitara la voz infantil desde muy cerca del suelo:
—Estoy aquí…
Un escalofrío recorrió al grupo.
Los agentes avanzaron con precaución hacia los vestuarios. La luz estaba apagada. Cuando Javier encendió la linterna, el haz iluminó los casilleros metálicos, uno a uno.
—Iván, acércate a la luz —pidió Marta con voz tranquila.
Otro susurro:
—No puedo… Él dijo que no me mueva…
—¿Él quién? —preguntó Javier.
Pero la voz no respondió.
Abrieron casillero tras casillero, hasta que en el quinto encontraron al niño: sentado en el interior, con las rodillas al pecho. No tenía heridas, pero su cara reflejaba pánico puro.
Marta lo abrazó con cuidado.
—Ya pasó, estamos contigo.
Pero Iván seguía mirando hacia un punto detrás de Javier.
—Él estaba aquí… —dijo con un hilo de voz.
—¿El conserje? —preguntó Javier.
Iván negó.
—No… él otro. El que me dijo que me quedara escondido. Que hiciera silencio. Que no confiara en los gritos.
Los agentes intercambiaron miradas de preocupación.
—¿Cómo era ese “otro”? —preguntó Marta.
Iván respiró tembloroso.
—No lo vi bien. Pero escuché su voz… como si estuviera dentro del casillero de al lado. Me dijo que me protegería. Que saldría cuando todo terminara. Pero no se abrió. Nunca salió.
El silencio pesó durante varios segundos.
—¿Y dónde crees que está ahora? —preguntó la directora, sin poder evitar el temblor.
Iván señaló lentamente hacia el interior oscuro del vestuario.
—Se fue por ahí… pero no caminó. Solo… desapareció.
Javier revisó el casillero contiguo. Estaba vacío. No había señales de entrada o salida. Solo, en la parte inferior, encontraron otra nota arrugada.
Esta decía:
“Los niños siempre escuchan mejor que los adultos. Háganles caso.”
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