Una pareja de mendigos mayores apareció en la boda de su hijo que había tenido éxito; permanecieron allí temblando durante toda la fiesta, sin ser invitados… y entonces ocurrió lo inesperado.

Se quedaron allí, temblando, sin silla, sin agua. Sentí una opresión en el pecho, pero la ceremonia me arrastró.

Durante el banquete, Javier se movía constantemente, mirando hacia las puertas. Al terminar la celebración, la pareja seguía esperando. Me acerqué a ellos. El hombre susurró con voz débil:

“Señorita, gracias por preocuparse, pero no nos atrevimos… solo queríamos volver a ver a nuestro hijo Javier”.

Me quedé congelado:

“¿Lo… conoces?”

La mujer sollozó:

Es nuestro hijo. Pero ya no nos acepta.

Mi corazón latía con fuerza. Javier siempre había dicho que era huérfano. Nervioso, lo llamé:

Javier, dicen que son tus padres. ¿Qué pasa?

Él palideció, tartamudeando:

Mariana, descuidalos. Están equivocados.

Pero sus ojos delataban la verdad. Exigí respuestas.

Lo revelaron todo: eran los verdaderos padres de Javier, agricultores pobres de Oaxaca. De pequeño, las deudas abrumadoras los sumieron en la desesperación. Incapaces de proveer para sus necesidades, lo internaron en un orfanato con la esperanza de que tuviera una oportunidad.

Más tarde, cuando la fortuna mejoró, intentaron recuperarlo, pero Javier, ya estudiante, los rechazó. Avergonzado de sus raíces, los abandonó, fingiendo ser huérfano. Por un conocido, se enteraron de la boda y viajaron solo para verlo una vez más.

La ira me quemaba por dentro. Arrastré a Javier a un lado y grité:

¿Me engañaste todos estos años? ¿Renunciaste a tus padres por vergüenza? ¿Así eres?

Hizo una reverencia, murmurando:

Mariana, no lo entiendes… Solo quería escapar. Mis padres solo me dieron pobreza. Quería que vivieras libre de eso.

Las lágrimas nublaron mi visión:

“¿Y crees que la felicidad viene de la mentira y del desprecio por tu propia sangre?”

Me quité el anillo y lo puse en su palma:

“Esta boda termina hoy.”

Se oyeron jadeos por todo el salón. Mi madre intentó detenerme, pero mi determinación persistió. Conduje a la pareja a la mesa principal y anuncié ante todos:

Estos son los padres de Javier. Perdón por no haberlo sabido antes. Yo los cuidaré.

Un pesado silencio cayó. Javier se quedó congelado, sin palabras.

 

 

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